Mi Gaudí espectral, de Rafael Argullol (Acantilado) | por Alicia Guerrero Yeste

Rafael Argullol | Mi Gaudí espectral

Hay un muy serio riesgo a la hora de escribir sobre las dimensiones subjetivas de la arquitectura: el de querer llevar los aspectos de lo emocional y sensible ligados a la materia y vivencia de un edificio o un espacio hasta un punto de sublimidad que acabe cayendo, sin embargo, en lo forzado. Todo puede quedar en mera banalidad adornada, en fascinadora retórica, y sin que haya necesariamente un ánimo fraudulento de autocomplacencia narcisista tras ello. Pero hay a veces un empeño en hacer que esas reflexiones, esas sensaciones transcritas, sean imagen de un genuino acto de búsqueda interior. Y en estos últimos casos, siempre el escrito poseerá un valor, un interés y una utilidad: la potencialidad de aportar o despertar pensamientos o inicios de ideas, sobre la propia arquitectura y cómo ésta es siempre señal y prolongación de la existencia del hombre en el mundo.

Rafael Argullol acomete en este escrito esa delicada tarea de hablar de la arquitectura desde esa dimensión subjetiva y de tomar además a la peculiar figura de Antoni Gaudí como sujeto de su meditación, algo que pareciera surgir de su certeza en que era inevitable el encuentro entre el arquitecto y él.

Es esta formulación de la clase de vínculo que se establece entre ambos lo que hace esencial destacar el hecho de que se escoja matizar, desde el mismo título del libro, el carácter de narración que se otorga a un texto esencialmente reflexivo y en el que los avisos biográficos sirven para construir la escenografía, entre lo fantástico y lo realista, en la que se introduce la presencia y los momentos de establecimiento entre esa especie de conexión mediúmnica entre los dos protagonistas: Gaudí y Argullol. Considerar al texto narración permite la licencia de las apariciones del silencioso espectro,  así como situar el origen de este vínculo entre Argullol y el arquitecto en un momento de la infancia del primero diríase que con el propósito, por un lado, de dar a entender la antigüedad de ese nudo espiritual entre ambos y también quizá conferirle un sentido de autenticidad y fuerza a éste, a través de la idea sobreentendida de la ingenuidad y pasión imaginativa del niño, no contaminadas aún por el intelectualismo adulto. Ese vínculo, esa primera iluminación sobre la figura de Gaudí y una intuición sobre la diferencia espiritual crucial que su persona albergaba, persiste.

Persiste sobre el desprecio que el academicismo universitario trata de contagiarle cuando, en su juventud, asiste a clases en la escuela de arquitectura. E insiste en demostrarle la resistencia de la fuerza espiritual de la obra y visión de Gaudí, reivindicando su lugar en las transformaciones atravesadas por la identidad urbana de Barcelona. Argullol hilvana su recorrido biográfico intelectual íntimo (porque íntimo es como cabe comprender el encuentro ocasional con un espíritu o la latencia de su alma) con debates teóricos, políticos y culturales.

Argullol se demuestra plenamente consciente de que Gaudí siempre parece quedar más allá de la leyenda de personaje excéntrico, de la conversión de su arquitectura en elemento de consumo (sirva también notar aquí su carácter de crucial precedente en el campo de la llamada ‘arquitectura avanzada’). De que en torno a él, y a su obra, está siempre la constante de la contradicción que enfrenta lo terreno con lo místico, y con ello la imposibilidad de acomodarlo en un discurso sin perturbaciones, quizá exacerbando la dificultad de conciliar entre lo pragmático y lo subjetivo que siempre plantea razonar, justificar, la grandeza en la arquitectura. Y en este escrito escoge entrar en batalla con ese conflicto.

Disonarían quizá fragmentos que pudieran reflejar cierta inflación, predominantes en particular en los discursos dirigidos a Gaudí que conforman el cuerpo central del texto y que arriesgan a sospechar que el autor trate de presentarse como un escogido. Sin embargo, a medida que el lector avanza en el texto y éste, a través de las inquisiciones a Gaudí sobre su misticismo, de la descripción de una especie de experiencia anagógica en la Sagrada Familia y ante la ciudad, la intención de Argullol va entendiéndose claramente, concretándose en una reflexión en torno a la latencia de una renovación espiritual para el hombre de la que Gaudí y su catedral (más poderosa incluso tal vez que el genius loci de la ciudad) serían signos. Argullol deja así al lector la conclusión de que es posible una trascendencia que se eleve y haga vibrar lo sagrado (en su pureza platónica) aun en la fea vulgaridad de sus materializaciones mundanas.

Quizá una reflexión que transforma los ojos, o que sitúa aún más cerca de los ojos el acto de construir la imagen pensada y sentida del mundo, y que al cerrar este libro se siente intensamente, aún más cuando la arquitectura de los tiempos recientes se ha vuelto sobre todo una cuestión de iconolatría, de vanos objetos adosados protésicamente sobre el tejido urbano y hecha por individuos que más aspiran a la celebridad barata que distingue nuestro presente que a una realización humana y arquitectónica entre conflictos existenciales y pugnas entre lo interior y lo exterior, entre lo que está arriba y lo que está abajo. Aún más también ahora, que están destruidos tantos lugares donde venerábamos la memoria de los viejos dioses. Escrito que comprende la incertidumbre ante algo que el alma del mundo ya alberga, sin dejar aún construirlo.

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