Cosmonauta, de Pep Brocal (Astiberri) | por Juan Jiménez García

Pep Brocal | Cosmonauta

Convertirse en uno de tantos cosmonautas que escapan del mundo actual, de esta tierra presente o futura, para encontrar la nada, o un dios, tal vez Dios. Escapar de lo colectivo, de las relaciones sociales, de la frustraciones y fracasos compartidos, para encontrar la soledad sin piernas de una cápsula espacial con una voz robótica que lo sabe todo, que nos cuenta un poco y que calla, como un humano más, las cosas importantes. Atravesar el espacio en una improbable línea recta, unos junto a otros, para no dejar nada al azar (o dejarlo todo), para que alguien tenga que encontrarse necesariamente con esa divinidad a la que exigirle cuentas. Con un catálogo de reivindicaciones, de seres humanos airados por el abandono de su creador o por las imperfecciones, enormes, de su obra. Esto sería Cosmonauta, la última obra de Pep Brocal. Un viaje desesperanzado de miles de años, en el que no se busca nada, más que huir. Aunque aquello de lo que se huye va con uno mismo. Es él mismo.

Héctor Mosca no tiene muchas pretensiones en esta vida, como casi todos. Tiene un amigo, una amiga y un problema aritmético fácil de intuir. La infancia pasará y será el momento de que la amiga sea novia, el amigo rival. Héctor no es ningún conquistador y su victoria está llamada a ser efímera. Hay derrotas que valen por toda la batalla y, cuando uno no es capaz de abrazar eternos rencores o esperar una oportuna venganza, solo queda escapar, subirse en una moto y convertir en hombre bala lanzado hacia algún punto en el horizonte. Eso si no surge la oportunidad de que ese horizonte sea espacial y el hombre bala pueda llegar más y  más lejos, allí donde nadie ha llegado. Cuando la tierra ya no es suficiente, queda el espacio. Cuando todo ha ido mal, queda buscar al responsable de tal desbarajuste.

Pep Brocal construye una Odisea a la inversa, desprovista de monstruos y mitologías. No se trata de volver a Ítaca, sino de huir de ella. No se trata de encontrar a Penélope, sino de huir de ella. No se trata de una road movie, porque nada rueda ni nada es peliculero. No es una es una odisea en el espacio porque nada tiene de aventurado, y ni tan siquiera podemos esperar que aparezca algún alien, simplemente porque no cabe. Sí, Cosmonauta es un libro nihilista. Pero divertido (como si fueran cosas contradictorias… No, al menos desde aquel pez llamado Wanda, no lo son). Un libro con ese azul metálico, espacial y frío, que hace juego con la cara impasible de Héctor Mosca, en la que apenas queda sitio para el asombro. Un libro con ese rojo sangre de la vida pasada, que no se puede decir que fuera mejor, pero al menos sí más viva, más veloz. Cuando el tiempo aún se medía por minutos y días y no por años. Y en algunos momentos, todo se confunde, rojo y azul, derrota y derrota.

En Cosmonauta encontraremos grandes derrotas personales y grandes derrotas de la humanidad, y el humor necesario para pensar que, después de todo, es así. Siempre ha sido así. No somos tan especiales. Seguimos esperando quedarnos con la chica, encontrar a dios (uno cualquiera), huir como si ese fuera posible, y que nos solucione la vida una máquina. Un futuro muy parecido al pasado y qué decir del presente. Y la nada por todos lados, como algo pegajoso. Asquerosamente pegajoso. No es un tiempo para héroes y, si lo fuera, estos no serían otro Ulises, sino un Héctor. Sin duda.

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