Lenin, varanos, chicas, hormigón. Antología del nuevo cuento checo (Huso)  Traducción de Kepa Uharte | por Juan Jiménez García

Lenin, varanos, chicas, hormigón

En algún momento, lo viejo no pasó a ser nuevo, sino que algo se rompió. La línea de tiempo, la Historia, el devenir de las cosas. Checoslovaquia se convirtió en Chequia, el comunismo en el capitalismo, la libertad en algo que todo el mundo parece tener. Y más cosas. ¿Y la literatura? Murió Bohumil Hrabal. No solo, pero fundamentalmente. Los checos tuvieron la ocurrencia de comenzar el camino de vuelta en los años sesenta, sin el permiso de sus colegas soviéticos, lo cual hizo que no durara mucho pero que en nuestra cabeza quedara grabada a fuego una de las épocas más maravillosas que ha dado la literatura y el cine y no solo. Luego todo no volvió a ser igual, sino peor, y aún así. Y cuando llegó la segunda oportunidad, esta vez la buena, ya eran todos demasiado viejos o estaban demasiado cansados o ni tan siquiera estaban. Demasiadas primaveras… Entonces, ¿qué ocurrió? Lo nuevo se confronta a lo nuevo de aquel entonces y llevamos las de perder. Porque las comparaciones son odiosas y porque los tiempos no dan para estas pruebas. Y entre todo, las nuevas nuevas olas dejan alguna cosa. Ya no perlitas en el fondo del mar, pero si extrañas botellas llegadas de lugares remotos que ni tan siquiera conocíamos. Lenin, varanos, chicas, hormigón, selección del nuevo cuento checo realizada por Radim Kopáč, nos da alguna pista. En todo caso, un panorama.

Lo primero es una cierta disparidad. Quiero decir: lo nuevo es un concepto increíblemente elástico, según parece. Porque Jiří Kratochvil tiene setenta y ocho años y Dora Čechova, la más joven de la antología, tiene cuarenta y siete (y mi experiencia me dice que ya no somos tan nuevos los nacidos en aquel año). Esto podría ser algo aterrador (pero no más que en cualquier lugar del mundo) pensar que lo nuevo es tan irremediablemente viejo, pero lo que nos importa, seguramente, es que todos siguen vivos, excepto Petr Šabach, que murió el año pasado, luego no debe romper seguramente la regla que debió influir en la antología. ¿Y todo esto para decir qué? Pues que realmente lo nuevo no son los autores, seguramente, sino los tiempos. Y es una distinción importante.

Debo llevar treinta años leyendo literatura checa compulsivamente. Tengo un altar en el que en lo más alto está una imagen de Bohumil Hrabal y, solo un poco más bajo, el Švejk de Jaroslav Hasek. No hay ninguna metáfora aquí. Es literal. Luego vienen todos los demás, que son muchos. Entre los últimos, las maravillosas obras de Petr Šabach, que ahora está editando, como esta antología, Huso. Quiero decir que no puedo ser parcial. Hay autores con los que he compartido toda una vida y otros con los que me acabo de encontrar. Por eso, si digo que he disfrutado enormemente con los relatos de Šabach o Kratochvil, ya se me verá venir y se me acusará de una nostalgia del pasado presente. Cómo negarlo. También es verdad que los suyos son los mejores relatos. Dos historias con un caballo (ya es curioso). Un caballo en la guerra con pensamientos filosóficos y otro como invitación a la tragedia de la vida cotidiana. Dos maravillas. Por completar el grupo de «los más viejos», está Edgar Dutka, con un relato en tiempo del comunismo, escrito desde la distancia, y realmente sobrecogedor.

Luego hay como un abundante segundo grupo lleno de esperanzas y promesas. Michal Viewegh o Miloš Urban (que ya tienen obras publicadas en nuestro idioma) son dos narradores natos, capaces de crear poderosos personajes desilusionados. Con su vida, con los demás. Unos relatos que enlazan con otros escritores actuales del este de una manera clara, como una nueva realidad que da una nueva manera de enfrentarse a la escritura y las historias. En un extremo completamente diferente, vamos a decir más delirante, radical, quién sabe si underground, están Michal Ajvaz (que ya tiene sus años) y su aventura en la nieve con un canguro, y Petr Placák, que formalmente sería el enfant terrible del grupo. En ellos están las propuestas más atrevidas, indudablemente.

Y luego tenemos a todos los demás. Que dicho así podría parece un grupo muy homogéneo y no lo son, obviamente. Más allá de su calidad literaria, que la tienen, lo que me sorprende es algo que ya me ha sorprendido en los últimos narradores checos que he leído: y puestos a darle un nombre diría que nueva religiosidad. Precisamente porque llevo treinta años leyendo literatura checa, si había algo que no aparecía por ningún sitio (supongo que será cuestión de la época, pero tampoco me atrevería a aventurarme en ello) era la religión. Sin embargo, es evidente que esa nueva religiosidad ha traído otros temas. Ahora aparecen curas, incluso de protagonistas, y Dios está por todas partes, de la forma más sutil o no, a veces condicionando todo el relato, otras siendo el relato en sí. Santa Hana, de Tereza Boučková, por ejemplo. O El ángel en la buhardilla, de Jiří Hájíček.

Con todo, Lenin, varanos, chicas, hormigón. Antología del nuevo cuento checo, forma un heterogéneo grupo de los intentos de un buen grupo de escritores por encontrar su camino entre muros derribados y épocas gloriosas. Pocas literaturas tienen tan cercana su edad de oro como la checa, y no es fácil sobrevivir a eso o vivir con ello. Como todo panorama, nos ofrece un retrato posible, incluso necesario. Todos los relatos son de este siglo, si no me equivoco, y, por tanto, forman parte de sus derivas, de sus interrogaciones, de sus miedos. Incluso mirar hacia atrás o instalarse en el presente ya es una cuestión importante. Y entre todo, queda la escritura, como retrato de un tiempo que no conseguirá cambiar, como no cambió ninguno, pero del que forma indisolublemente parte.


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