Fanged Noumena vol. 1, de Nick Land (Holobionte) Traducción de Ramiro Sanchiz | por Óscar Brox

Nick Land | Fanged Noumena vol. 1

En La filosofía, otra vez, colección de charlas y textos ensayísticos, Alain Badiou señala la importancia del cambio de contexto histórico en lo que concierne a la práctica filosófica. Pensemos qué sería de Nietzsche sin el impacto de la obra wagneriana, de la Revolución Francesa en Hegel o de la emergencia del capitalismo tardío en Jameson. La conclusión de todo esto es que, pese a tratarse de un saber tan antiguo, la filosofía dispone de suficiente elasticidad como para ajustarse a un nuevo espacio de discusión. Sirva esto como introducción a la obra de Nick Land, en tanto que su radical (de raíz) acercamiento a la filosofía estuvo íntimamente ligado al contexto en el que surgió. En un Reino Unido atropellado por el rodillo de Thatcher y su mantra político que, sin embargo, alumbraba a cada poco gestos y revueltas de potente calado contracultural, ya fuese a través del postpunk o de una incipiente IDM que puso banda sonora a un horizonte de futuros perdidos.

Que el primer texto de la antología, a la sazón el más tradicional, comience con Kant, no es baladí. Creo que todas las preguntas por la Modernidad, contenidas en ¿Qué es la Ilustración? y en sus Críticas, han funcionado como punto de partida para que la filosofía desentierre cada uno de los regímenes que han modulado estas cuestiones. En otras palabras, para, como decía Michel Foucault, saber si se puede pensar de otra manera. Hasta cierto punto, Fanged Noumena podría entenderse como la puesta en forma de esa pregunta, desmantelando por el camino eso que, según Land, caracteriza a la sociedad iluminista: crecer y mantenerse idéntica, tocar al otro sin vulnerabilidad, reproducirse siempre igual a sí misma, obliterando de antemano la relación con el Otro. De manera que la tarea filosófica reside en el desmontaje efectivo de esa máquina.

Como señala Robin Mackay, hay un momento, a mediados de la década de 1990, en el que Land escenifica su salida del círculo más convencionalmente académico y consuma su huida. Lo que busca es la escenificación de un escape de la historia del pensamiento occidental; lo que persigue es una nueva forma de pensar; y lo que encuentra, a través de un proceso de experimentación con la escritura, es otra forma, enraizada con los elementos de la cultura popular, de comunicación con el Afuera. O lo que es lo mismo, cada una de esas estrategias con las que se transforma lo humano y se conforman nuevas distribuciones de los afectos. En ese punto, la teoría de Land entra en contacto con la ficción abastecida por el cyberpunk, de Philip K. Dick a William Gibson, y abandona los rígidos cánones académicos para volverse performativa, tal y como revelarán algunas de sus charlas en Warwick, lo que precipitará su salida de la Universidad.

En un principio, Land toma los fundamentos de Deleuze y Guattari en El antiedipo para desarrollarlos y llevarlos unos cuantos pasos más allá, atacando con fuerza la filosofía trascendental kantiana, siguiendo así la estela de Nietzsche. Land lo explica de una manera muy hermosa al describir la obra de ambos como la clase de manual de software con el que hackear el inconsciente maquínico y abrir canales de invasión. Es la oportunidad, el ciberespacio llega. Y, de fondo, los rayos C brillan en la oscuridad, Internet modula otra frontera para la convivencia (o, simplemente, la vivencia) y Land habla de replicantes y de trallazos de música jungle aullando en la niebla del futuro.

A partir de aquí, Fanged Noumena traslada ese programa a la acción, rompiendo lazos con las tradiciones (Colapso, en ese sentido, no puede ser más programático) y construyendo el discurso en nuevas direcciones: ahora el dictum se convierte en beat, la voz queda envuelta en la lenta cancelación del futuro que emerge desde el 2step o el Jungle, desde los catálogos de música electrónica o la ficción poscapitalista, Land se reparte entre experimentos como el CCRU o heterónimos como el del profesor DC Barker y sus textos son composiciones mutantes en los que la poética abraza la política, la filosofía a la ciencia-ficción y las herramientas ciberrevolucionarias al marco de pensamiento contemporáneo. La K, como repite insistentemente, es de cibernética.

Mientras que Mark Fisher trataba de exorcizar, a través de una reflexión profunda sobre la cultura popular, los síntomas del capitalismo tardío, creo que es justo decir que Land pretendía pasar por encima de ellos con la velocidad que le proporcionaba la emergente cultura digital. Un poco, como sucedía en el seno del estructuralismo francés cuando los textos filosóficos se convertían, prácticamente, en un inventario de experimentos con el lenguaje, con las formas de decir y pensar, creo que Land se situó en ese mismo camino precipitando su quehacer filosófico hacia todo ese horizonte de futuros perdidos. Convertido en cyberpunk, él mismo, y en el opaco discurso musical de artistas como Burial o Kode9, sucesor en algunos aspectos de las manifestaciones textuales de un William Burroughs y hermanado a las narraciones de William Gibson. Los textos de Land son filosofía de la acción, zambombazos de los que te vuelan la cabeza en su espasmódica letanía de ideas, obcecados en el desmantelamiento de la máquina construida sobre las bases de la Modernidad y obsesionados por entender la relación entre lo humano, lo afectivo y lo cultural en un tiempo escrito con K. Volver a ellos, con la perspectiva de los años, debería proporcionarnos otra perspectiva (otra bien diferente a la que cultivan Byung-Chul Han y sus epígonos) a esta época de autoexplotación y tecnocapitalismo servil. La guerra sigue adelante. Pensemos en ello.


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