Londres Noir. El libro negro del crimen (La felguera) Traducción de Raquel Duato | por Óscar Brox

Londres Noir. El libro negro del crimen

Probablemente ninguna otra editorial ha puesto el empeño de La felguera a la hora de visibilizar a tribus, bandas, grupos marginales y movimientos orillados tanto por el establishment como por las buenas costumbres. Rebeldes, anarquistas, situacionistas, delincuentes y asesinos cuyas vivencias configuraron un relato en negro de los últimos dos siglos. Por eso, no resulta extraño que su nueva aventura editorial abarque un objeto tan preciado como el Newgate Calendar, registro de malhechores en la Inglaterra del XVIII y el XIX que, con el tiempo, llegó a ocupar la mesita de noche de cada hogar británico. Londres Noir es, pues, una versión abreviada de aquel extenso libro del crimen, que resume las más salvajes fechorías cometidas en suelo británico con esa turbadora mezcla de ironía y moralismo, entre el sermón ejemplarizante y el homenaje a la galería de monstruos. No en vano, el Newgate no fue solo un almanaque, sino que capturó entre sus páginas el ambiente enrarecido que se filtraba a través de los muros de la prisión de Londres y, asimismo, la fuente de inspiración para parte de la literatura de la época. Tanto es así que el prólogo de Charles Dickens que acompaña a la edición atestigua el vínculo entre ambas al tomar al autor de Oliver Twist como guía a través del interior de la cárcel.

Londres Noir inicia su recorrido con el clan caníbal de Sawney Bean y lo concluye con los resurreccionistas Burke y Hare, en lo que supone más de un siglo recopilando fechorías, crímenes y ajusticiamientos. Sorprende, pues, encontrar en los textos que acompañaban a cada uno de sus personajes esa combinación entre lo macabro y la rectitud moral, entre el penny dreadful y el lenguaje de un edicto. La violencia del clan salpica con gusto cada una de las descripciones, elevando el tono de maldad hasta el extremo. Y es que la ferocidad de los asesinos siempre exige una pena equivalente a manos de la justicia. Terror y temblor. De ahí que el Calendar tenga, a ratos, el aire de una homilía que prescribe un comportamiento severo, que aviva la llama de la disciplina mientras apela al sórdido grupo de monstruos que se atrevieron a ponerla en tela de juicio. No en vano, tal y como exhibe el grabado de uno de los frontispicios del libro, aquella era una obra que las madres daban a leer a sus hijos. Otro tipo de catecismo que arrancaba promesas de buen comportamiento mientras encandilaba a su público con los homicidas y malhechores más brutales de la época.

Por las páginas del Calendar no solo pasan asesinos, envenenadores, ladrones de cadáveres o sediciosos; Londres Noir es, también, un mapa de las transformaciones sociales de Inglaterra. Un recorrido que oscila entre las clases altas y las capas bajas, lo rural y lo urbano, el despotismo y la miseria. Del Rey de los mares al jacobita que quiso conspirar para derrocar a Jorge I, de la bruja que envenenaba a los idiotas que iban a pedirle remedios para sus males a los amotinados en los disturbios de Spa Fields. Cada historia encapsula un momento, una lección y una visión de la justicia que bien podría pasar por una versión en bruto de lo que Michel Foucault ilustraba en Vigilar y castigar. Al fin y al cabo, la finalidad moral de cada episodio está presente en el ajusticiamiento salvaje, la horca, la guillotina, el destripamiento o la tortura, cuyo grado de abyección se entiende como justo contrapeso a la maldad cometida. Así, el discreto encanto con el que desfila cada personaje es parejo al implacable trato con el que la redacción del Newgate dicta sentencia.

Acostumbrados al precioso trabajo de edición de La felguera, Londres Noir continúa con esa línea estética del libro-objeto. Cada página rescata un grabado de la época, un cuadro o un dibujo, que acompañan las andanzas de sus desafortunados protagonistas. La obra es a la vez almanaque y museo, texto e ilustración, pues este libro negro del crimen fue, asimismo, inspiración para no pocas manifestaciones artísticas. Daniel Defoe y Thomas De Quincey, Charles Dickens o Henry Fielding, encontraron en su interior el olor de la Inglaterra que querían retratar en sus relatos. También la cultura contemporánea, que ha bebido de la mitología de los Sawney Bean o de los Burke y Hare para reconstruir el sombrío aspecto de un tiempo poco o nada iluminado por las luces de la Ilustración. Época de monstruos, a un lado y al otro de la justicia, que se cierra con una terrorífica pieza sobre la historia de la Maiden, la guillotina escocesa. Entre salpicones de sangre, últimas palabras antes de perder la cabeza y la mirada serena del verdugo. Todo un monster show.

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