Grieta, de Natalia Litvinova (Gog y Magog, Buenos Aires) | por Laia López Manrique

No pertenezco al mundo sino a la caída.
Pero el mundo insiste.

N.L.

HLibrosubo un día en que aprendimos a decir “nieve”. Después tuvimos que olvidarlo para decir “neu”, “neige”, “neve”, “snow”, “Χιόνι”, “雪”, “Schnee”, “Снег”. “Nieve” se quedó en la tramoya, en el contacto primero con la materia blanca, en su modo de deshacerse entre los dedos. Natalia Litvinova (Bielorrusia, 1986) creció diciendo “Снег” y un día tuvo que olvidarlo para decir “nieve”. Después, tal vez mucho después, ocurrió el poema.

Las palabras, las metáforas, los poemas, siempre ocurren en los otros. Nunca propiamente en quien escribe. Quien escribe captura y aproxima, hace suyo el gesto, lo resguarda y lo voltea, entre la digestión y el desapego, entre lo ajeno y lo que toma al cuerpo casi por asalto. Dice Litvinova: “Lo propio-no pertenece”. En ese no-lugar, el espacio fronterizo, el de la cesura que media entre lo propio y el no pertenecer, escribe el poema Natalia Litvinova, con la convicción resolutiva de la sombra, como un cuerpo tubular que cae y hermana en su caída a las dos partes separadas por el corte. Ese aspecto intermedio, lindante, también puede leerse en la forma de los poemas, cuya sintaxis, pese a su tendencia a abrirse hacia la orilla de la prosa poética, no acaba de soltarse y queda, muchas veces, suspendida o interrumpida.

Si las palabras pulsan a quien escribe es porque devuelven y también desplazan, abandonan. Así, las palabras permutadas en Grieta devuelven a la poesía el tacto de una cierta infancia, reaparecida o traída ante los ojos justo en el momento de cicatrizar, y a un cierto aprendizaje de lo denotativo. Como si la poeta fuera una niña sentada en el suelo, desordenando y reordenando una serie de palabras, nunca azarosas, que alguien ha depositado a sus pies. Algunas de las palabras del conjunto podrían ser:

Nieve pájaro árbol. Amanecer animal grieta. Hombre prolijo sueño amor piel. Brevedad dios florecimiento noche. –Religare. -Dos. Muro ojos caer. Propio extrañarse regresar.

Todas ellas son palabras falsamente inocentes, palabras con reverso y uñas retráctiles que flotan en los poemas de Litvinova como si hubieran sido alejadas de sí mismas, de su vínculo con la experiencia real. Palabras que se parecen a ensoñaciones y que escriben una poesía de esencias sin esencias, por su carácter huidizo, desarraigado y niño. Como una Casandra sin memoria, dice la poeta, “Caigo en el origen de casa cosa. /Me asusto./Corro de mí en todos los cuerpos”.

Entiendo la poética de Grieta como un proceso de lectura rumiante y también como un proceso de traducción y de diálogo, especialmente dirigido hacia la poesía rusa, de la cual Litvinova es conocida traductora. Particularmente en el poema titulado “Canción propia”, en que la poeta brinda “Sin vino. / Y sin casa” por los que “parten sin destino./ Y regresan cuando nadie espera”, resuena la Anna Ajmátova de “El último brindis”, que saludaba la “casa saqueada”, la “vida perdida”, al “Dios que no nos salvó”. Y también Litvinova se traduce escribiendo esa lengua partida y bebiendo de una topografía cercana al simbolismo, una topografía fantasmática de palabras dobles y escindidas: “Volver en ruso no es lo mismo que en castellano./ Volver en los dos idiomas./Doblemente imposible”. De esa imposibilidad nace la herida que da lugar al poema.


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