Zoco Chico, de Mohamed Chukri (Cabaret Voltaire) Traducción de Malika Mbarek López y Karima Hajjaj | por Juan Jiménez García

Mohamed Chukri | Zoco Chico

El camino que llevó a Mohamed Chukri de su primera obra autobiográfica, El pan a secas, a la segunda parte de esa autobiografía, Tiempo de errores, fue tortuoso. No simplemente como escritor, sino como persona. Entre una y otra obra se extienden diecinueve años en los que apenas si aparecen publicados algunos relatos en revistas. Pero es en esa auténtica travesía del desierto donde se encuentra precisamente Zoco Chico, la novela que ahora publica Cabaret Voltaire, y que el escritor terminaba un 20 de abril de 1976, y eso, si cabe, la hace aún más interesante, como algo de luz (o de oscuridad) sobre aquellos años.

El protagonista de la novela,  Ali (que bien podría ser Chukri sin comprometerse con la realidad), llega a Tánger un día de desfile. La gente se agolpa, los cuerpos se encuentran, no queda lugar en ninguna pensión y lo más que uno puede conseguir es tener problemas con la policía, ocupada en limpiar las calles para que nada desluzca. Es en ese ambiente y por azar que se encontrará con Karine, una joven que frecuenta el círculo hippy de la ciudad. Jóvenes atraídos por una libertad que se imaginan oriental, que generalmente cuentan o bien con una fortuna propia capaz de mantenerles el resto de sus días o unos padres dispuestos a costearles aquella vida. Un ambiente de sexo y drogas que contrasta con la miseria que les rodea por todas partes (y de la que más de una vez no logran escapar ni ellos mismos) y en el que Ali se enfrenta también a sus propios fantasmas, tras abandonar su puesto de funcionario (como maestro) por nada, por la incertidumbre.

Zoco Chico podría ser algo así como una flânerie, un vagabundeo de Chukri a través de Tánger vista como una ciudad inédita. Pero para el escritor marroquí, lo interesante no es trazar una geografía física de la ciudad, sino más bien una geografía humana, a través de las mujeres, el deseo, la miseria y la noche (ese lugar ocupado, precisamente, por la mujer). Lo que vemos desfilar son cuerpos, cafés repletos, hoteles miserables o gente buscándose la vida, ya sea pidiendo o mediante pequeñas estafas. Las ciudades son aquellos que las habitan y estas acaban construyéndose a su imagen y semejanza, también en sus contrastes. Habitar todo esto, piensa, se pregunta, puede ser arte de vivir, supervivencia o confusión del mundo. Tal vez todas las cosas confundidas (porque Tánger es la ciudad de la confusión, aquella en la que todo convive sin asperezas).

Ali, que vive esa confusión también en lo que respecta a su propia vida y a aquello que espera de ella, escapa de las preguntas, aunque viva rodeado de ellas. Tal vez en ese grupo de hippys, de hijos de papá despreocupados, se encuentra cómodo porque carecen de ellas (también de respuestas) y se limitan, como él, a vagar. Quién sabe si las derivas de Zoco Chico fueron las derivas del propio Chukri. Su intensidad a la hora de construir todo ese mundo que conoció bien nos invita a pensarlo. Su escritura, despojada, carnal, llena de una poesía de lo fugaz, de una cierta tristeza o melancolía de vivir y no vivir, encuentra en esta novela toda la intensidad de su primer libro y de las obras que vendrían después. No hay nada heroico en esos tiempos, ninguna idealización, ningún canto a unos días que no volverán. Para Chukri, aquello que  Ali ha perdido es la voz de su madre, a la que llamaba tan solo para oír esa voz, olvidada ahora tantas otras.  Lo demás es el resto.

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