Cartas de amor a Konstantín Rodzévich, de Marina Tsvietáieva (Renacimiento)  Traducción de Reyes García Burdeus | por Francisca Pageo

Marina Tsvietáieva | Cartas de amor a Konstantín Rodzévich

Quienes hemos leído a Marina Tsvietáieva fervorosamente sabemos que no sólo su escritura era y es pasional, sino también el modo en el que vivía las cosas y, cómo no, sus relaciones amorosas; relaciones que, pese a llevar una vida corta, vivió intensamente. Mayormente, las relaciones amorosas que tuvo Marina fueron mentales, «idilios cerebrales» los llamaba ella. Estos idilios vendrían a ser con Sophia Parnok, Boris Pasternak y, especialmente, Rainer Maria Rilke. Con estos dos últimos mantendría una poderosa relación epistolar que podemos leer en alguna que otra edición al español de Cartas del verano de 1926. Pero no nos vayamos por las ramas. Aquí estamos para hablar de Cartas de amor a Konstantín Rodzévich, el amor más físico y sensual que tendría Marina y en el que hallaría otro modo de ser y vivir.

Konstantín Rodzévich fue amante de Tsvietáieva y este epistolario en el que sólo Marina escribe puede dar fe de ello. Marina se desnuda cuando escribe y sus cartas no son más que una prolongación de sus diarios (aquellos que hayan leído Confesiones – Vivir en el fuego (Galaxia Gutenberg), lo sabrán y lo verán si leen este libro.) Estamos ante 31 cartas escritas entre 1923 y 1938; y serán cartas que hablarán de la época en la que se encontraban y de la vida que Marina tenía y aprovechaba.

En estas cartas vemos a una Marina algo más despreocupada, aunque su hija Alia siempre estará entre sus prioridades y hará todo lo posible por que la vida de esta sea buena. En estas cartas sabemos de Konstantin por lo que cuenta Marina. Sabemos cuándo quedaron y cómo quedaron, pues estas misivas son como señuelos de sus citas y encuentros, señuelos que nos hablan de cómo Marina abordaba a Konstantin para tenerlo entre sus manos y su alma. Konstantin aquí es como ese pájaro que queremos alcanzar, ese del que queremos hacernos amigos y del que, de alguna manera inconsciente, viene a nuestras manos a comer porque sabe que en ellas tendrá calor y cobijo y algo de alimento.

Este epistolario es como una carta en sí misma del amor por el amor, pero aunque veamos a una Marina que aboga por estar continuamente con su amante, la pasión irá mermándose debido al profundo dolor que tendrá al tener que elegir a su esposo Sergei Efron por estar casada con él y tener que serle fiel, aunque su deseo sea estar con Konstantin. Me pregunto cómo habría sido la vida de Marina si hubiera dejado que sus impulsos eligieran por ella, aunque para qué contradecirme, Marina se suicidó… ¿No hay impulso más atroz pese a que este lo planificara?

Estamos ante un libro para perdernos en las palabras. Perdernos en lo que Marina sentía y que de algún modo no llegó a ningún lado. Palabras que se perdieron, que se quedaron en el limbo y que sólo se mostraron a la luz muchos años después de que Marina muriera, por orden de su hija Alia. Basta leer este epistolario para sentir amor y pasión, pero también algo de dolor y algo de soledad indebida. Las palabras de Marina son punzones, pero también son luz. Palabras luminosas que nos llevan al fondo del amor, de la pasión, de la vida.


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