El populacho de París, de Luc Sante (Libros del K.O.)  Traducción de Pablo Uroz | por Juan Jiménez García

Luc Sante | El populacho de París

Conocí Nueva York por Luc Sante, por aquel Bajos fondos (también en Libros del K.O.). Sí, está el cine y la televisión. Y las series y todo, absolutamente todo, porque hay cosas que uno no puede evitar y Nueva York no se puede evitar. Está ahí, todo el tiempo. Luc Sante trazaba, sin embargo, una geografía diferente, una cartografía desde abajo, desde muy abajo. Desde el infierno mismo. Podríamos decir que El populacho de París es el mismo ejercicio sobre otra ciudad, igualmente inevitable, igualmente llena de luces y sombras, muchas sombras. Sí y no. Si Bajos fondos es como se construye una mitología, El populacho de París es más bien como se destruye otra. Como una ciudad devora a sus hijos para entregarla a otros. Y todo lo que se pierde en ese proceso. París, ese ensamblaje de pueblos, devorados, deconstruidos, reconstruidos y convertidos en otra cosa, en una imagen que ha perdurado hasta hoy, es el lugar propicio para que Sante reflexione sobre todo lo que hemos perdido con la estandarización del mundo, con su simplificación. Sí, tal vez era inevitable y uno no puede mantener la inmundicia y la miseria para satisfacer el pintoresquismo, pero… ¿de verdad había que entregarlo todo?

En mitad del siglo XIX aparece el prefecto Haussmann y su plan para modernizar la ciudad. Modernizar. Durante veinte años, se destruirán calles, manzanas, barrios enteros, para construir una ciudad geométrica y tal vez para salvarla de sí misma, de los maleficios. Con ello no solo desaparecerá un mundo sino también una manera de entenderlo. La distancia que va desde la vida en un pueblo a la vida en una ciudad. Esto le permite a Sante escribir, por encima de todo, un inventario de objetos perdidos. El primero de todo es un cierto espíritu y, lo próximo, las personas, convertidas en una masa informe.

Sante tiene una curiosa manera de afrontar la escritura. En su narrativa las cifras se confunden con las letras con una endiablada facilidad. Los datos se entrecruzan con la narración y su obra está lejos de ser una mera aproximación nostálgico-literaria a una ciudad, sino que está fundamentada en datos concretos, lo cual le permite una aproximación más certera (no deja de ser peculiar) a la vida íntima de sus habitantes. Igualmente sabe que es a través de los márgenes como mejor se puede acercar uno a esa realidad. Los márgenes son los miserables, los delincuentes, las prostitutas, los artistas,… Las revoluciones y las barricadas y como la ciudad y el poder se enfrentaron a esto.

Así, la ciudad alimenta una mitología de pequeños dioses de dudosa reputación, ya sean apaches o jugadores, o (no más recomendables) artistas. Cada barrio sigue conservando, en algún rincón de sus calles las heridas de estas batallas, y ni tan siquiera la demolición sistemática del pasada puede con eso. Porque uno puede demoler los edificios pero es bastante más costoso y raramente eficaz demoler la memoria colectiva. Al contrario, la desaparición es lo que más le conviene a la memoria para construirse su propio (y más cierto) discurso. El populacho de París es aquel torbellino de la vida que cantaba Jeanne Moreau, con un Luc Sante que buscando respuesta para la última línea de la canción: ¿por qué separarse? Ciudad, hombres, tiempo.


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