El hombre del pasamontañas (Crónicas), de Leonardo Sciascia (Piel de zapa) Traducción de Raúl Ruiz | por Juan Jiménez García

Leonardo Sciascia | El hombre del pasamontañas (Crónicas)

En una de las siete crónicas que componen este libro, Mata Hari en Palermo, Leonardo Sciascia nos explica realmente todas las demás. Escribir, en un juego, en un pasatiempo, sobre pequeños acontecimientos del pasado. Aquellos que o están mal contados porque no parecen interesar a nadie, o no están contados de ningún modo porque no interesan en particular, a los historiadores. Y eso precisamente es el libro que ahora nos propone Piel de zapa.

Sciascia siempre tuvo un gusto por contar. Ya no solo a través de la literatura, de esas ficciones suyas que eran más convincentes y nos decían más que la historia oficial, ese conjunto de falsas realidades, sino también en obras que indagaban en sucesos, en acontecimientos, de la historia siciliana, y que encontraban, de algún modo, su reflejo en nuestro tiempo. En concreto, si algo atraviesa este El hombre del pasamontañas son las vidas más o menos pequeñas, más o menos colaterales, de ciertos personajes que tuvieron sus pequeños momentos.

Pensemos en aquel actor de nombre evocador (Achille Scatamacchia), que había sido contratado por Leopoldo Marechal , Adolfo Bioy Casares y Manuel Mujica Lainez, según la revista argentina Cabildo, para hacerse pasar por un Borges inexistente, invención de estos tres. En Rosetta, esa joven de diecisiete años y vida entre alegre y cabaretera, que muere de una paliza propinada por la policía y cuya muerte se quiere hacer pasar por un suicidio. En viejos misterios como el de la aparición de un cuerpo sin cabeza, en 1613, o el de Mariano Crescimanno, última víctima de la Inquisición o, mejor, de alguien que la añoraba. En la delirante vida del príncipe Pietro, aun así lejos de la vida más reciente y cruel de Juan René Muñoz Alarcón, ese hombre del pasamontañas, que señalaba a aquellos que iban a ser asesinados o torturados en el Chile de Pinochet. O, quién sabe, en Mata Hari, una Mata Hari perdida en Palermo durante unos días, en un pequeño teatro, sin que alcancemos a saber cómo fue a parar allí.

Todos estos personajes le sirven a Sciascia no solo para relatar esos instantes fugaces en los que pasaron por la historia silenciosa o estrepitosamente, sino para hablar de nuestras vidas. Porque en la impunidad de la nobleza frente al asesinato (El príncipe Pietro), en la alteración policial de los hechos (La joven Rosetta) o en la creación del terror a través de una metáfora humana (El hombre del pasamontañas), no deja de establecerse una larga sombra que puede llegar hasta nuestros días. Como en la obra del escritor siciliano, no es fácil alcanzar el final de las cosas. El misterio nunca es desvelado por completo, y en un mundo lleno de mentiras, quizás solo la intuición pueda arrojar algo de luz (de vacilante luz) sobre los hechos.

Sciascia se muestra divertido, irónico, pero también tristemente revelador. Estas historias le permitirán reflexionar sobre un buen puñado de temas con las lucidez que le caracterizaba. Encontrar entre los pliegues esos elementos que se escapan, que se pierden. Desde las razones para una espía de primer orden para acabar en un teatro de tercer orden, hasta el sentido de un hombre con el rostro oculto delatando a gente que ya se sabe culpable. Desde el triunfo final de Borges, convertido en ser inexistente, hasta la arbitrariedad del poder y sus sirvientes.

En este libro, como en toda la escritura de Leonardo Sciascia, también encontraremos algo que no tiene precio: la alegría de escribir que es también la alegría de leer. Una alegría jamás reñida con la profundidad o el compromiso. Porque escribir, aun en las historias más terribles, también nos puede acercar a la felicidad, a la felicidad de una lectura tras la cual, y aunque solo sea un espejismo en este desierto que nos rodea, creemos haber entendido algo. Algo.


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