Cartas desde un viaje imaginario, de Lea Goldberg (Pre-Textos) Traducción de Raquel García Lozano | por Juan Jiménez García

Lea Goldberg | Cartas desde un viaje imaginario

Empecé a escribir sobre Lea Goldberg. De su vida, de su juventud alemana, de la amenaza del nazismo, de su marcha a Palestina, de su condición de clásico de las letras hebreas. Y entonces: no pude escribir más. Si Lea Goldberg escribió unas cartas imaginadas desde un lugar imaginario, tal vez sea porque lo importante no era su vida, sino escapar a ella. Buscar esas puertas que Vladimir Holan decía que estaban pintadas en la pared. Frente a lo físico, lo incorpóreo. Imaginar otros mundos posibles, que también están en este. Frente a la persistencia de la realidad la permanencia de la escritura. Intento recordar fragmentos del libro y me resulta imposible. Pienso que esa dificultad para recordar determinados libros que me han dicho tantas cosas es que se trasladan en mi a un plano emotivo. Se convierten en algo íntimo, carente de forma. Todo sentimiento. Sí, debe ser eso. Pero como tuve la prudencia de arrojar, como en el cuento, migas para recordar el camino, quizás solo sea una cuestión de seguirlas.

En la primera página del libro, Lea Goldberg confiesa que las cartas realmente íntimas no se pueden publicar. Se entrega a la construcción de otro tipo de intimidad, una intimidad incierta, de lugares en los que no ha estado pero dirigidas a alguien que pudo existir. Vuelvo unos libros atrás. Pienso en Lidia Chukóvskaia cuando decía que no se puede soñar con algo que no se conoce. Con lo desconocido es posible que no, pero con lo intuido… Lea Goldberg entrelaza lo que fue y lo que pudo ser, y en ese viaje inexistente todo es cierto, porque ha existido de algún modo para ella y por su deseo de ser. Frente a un Berlín querido que desaparece, arrastrado por las aguas que se llevaron la República de Weimar (el sueño de algunas noches y algunos veranos), hay que encontrar un nuevo mundo en el que poder reconocerse y, sobre todo, reencontrarse con el ser amado, lejos de ella mucho antes, tal vez siempre.

A todas partes me llevo a mí misma, dice. Y el eco nos devuelve el peso del mundo, de un futuro Peter Handke. Reales o no, en los viajes siempre nos llevamos, incapaces del abandono. Le dan miedo esas ciudades grandes y desconocidas, que nacen y mueren en su imaginación. Pero ese miedo es otro miedo, esos temores otros temores. Lea Goldberg nació Königsberg, más tarde Kaliningrado, una de esas lugares que cambiaron de país repetidas veces sin moverse del sitio. Sus padres fueron judíos lituanos. Estudió en distintas ciudades alemanas, dio clases en Lituania, conocía varios idiomas. Un mundo sin fronteras e inabarcable en tránsito hacia un abismo. Y ella, siempre ella, lo único que permanecía. Como la escritura. Las personas se acercan, se abandonan y se vuelven a encontrar. Qué raro se nos hacen ahora esas vidas líquidas en esta nueva vieja normalidad solidificada.

Pero, después de todo, Cartas desde un viaje imaginario, es un libro que está escrito, como la propia autora indica en una suerte de prólogo, desde la soledad de una joven que recuerda cosas que no he visto en su vida. Una joven de veinticinco años que se despide de esas y otras cosas, de los lugares y las personas, porque el mundo conocido irá hacia un sitio y ella hacia otro, últimos pensamientos hacia nuevas realidades. Otra vida, ya no por imaginar, si no por vivir. La distancia entre una habitación y todo lo demás. Y este libro es ese instante de cruce de innumerables caminos: unos que vienen de, otros que van a, otros que ni tan siquiera están en los mapas conocidos. Después de todo, hay una frase capaz de encerrar todo el libro en ella: Un poema es un poema. A lo que más se parece es al amor.


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