Dar la cara, de Larry Brown (Dirty Works) Traducción de Javier Lucini | por Óscar Brox

Larry Brown | Dar la cara

Uno tiene la sensación de que, por encima de cualquier otra cosa, los personajes de Larry Brown poseen una alta tolerancia a las calamidades. Es la mezcla de abandono, injusticia y soledad la que forma un revoltijo del que emergen sus criaturas. Perdedores, violentos, resignados en su falta de fortuna. A los que Brown ofrece esa pizca de conmiseración, cuando decide hacer de unas historias de vidas minúsculas la munición de sus relatos. Dar la cara, la tercera obra del escritor de Mississippi que aparece publicada por Dirty Works, nos remonta hasta sus comienzos en la literatura. Lejos de las novelas de largo recorrido, como Trabajo sucio o Padre e hijo, aquí se recoge una colección de relatos de Brown que, a su manera, supone una visión encapsulada de los lugares y ambientes de su vida.

En Dar la cara se reúnen un puñado de historias, pero si algo destaca por encima de ellas es la tenacidad de su autor para moverse en diferentes estilos, sacando partido a las circunstancias de cada relato. Así, no resulta extraño toparse con esos diálogos pulidos marca de la casa, en los que Brown vuelca las formas y costumbres del auténtico Sur; el paisaje de viviendas modestas en cuyo interior siempre está a punto de estallar un drama o las barras de bar en las que sus personajes divisan los límites de sus respectivos horizontes. La cosa es que Brown no tiene reparos en inventar un relato que perfectamente podría ser la letra de una balada (Niño y perro) o de alterar, sin el apoyo de marcadores textuales, el orden de una historia (Julie: un recuerdo). Para apoyarse en la potencia de sus diálogos o para apreciar la capacidad descriptiva del mundo interior de sus personajes. Para jugar con la anécdota (como en Los ricos o El fin de una historia de amor) y para tramar escenas de una intensidad dramática brutal (como en la homónima Dar la cara).

Las diferencias sociales, la dependencia psicológica, la falta de asideros a los que agarrarse cuando vienen mal dadas o la violencia que aflora como respuesta natural ante las adversidades son algunos de los temas que flotan en estos relatos breves de Brown. Está el alcoholismo en Kubuku a las riendas, que combina varias situaciones, en casa de Angel y Alan y en la rutina alcohólica de la primera, para narrar el estado de descomposición permanente del matrimonio. Esa actitud que, a falta de un final o solución, nadie ha sido capaz de atajar. Un poco como sucede en Dar la cara, donde Brown, sin embargo, lleva a cabo un ejercicio de sutil tensión para describir las causas que han llevado a su pareja protagonista al inminente cataclismo, marcada por una enfermedad que ha destruido la complicidad que podía existir entre ambos. Brown arroja esos instantes de verdad, de autenticidad, a bocajarro; como un disparo a quemarropa sobre sus personajes. Sin eludir la incomodidad o la violencia que desatan, puesto que su objetivo, prácticamente su necesidad, es desnudar a sus criaturas de cualquier impostura para mostrárnoslas tal y como son. En carne viva. Devastadas, hundidas, pero con la voluntad de contar su historia. De contar sus sentimientos y a ellos mismos.

En Dar la cara aparecen no pocos personajes al límite. De esos que, como dice uno de los protagonistas de Samaritanos, nadie sabe por lo que han tenido que pasar. Cuyos dramas, insignificantes en comparación al volumen de un país como los Estados Unidos, pasan perfectamente desapercibidos. Pero a los que, en cambio, Brown sabe cómo sacar ese brillo especial. Cómo tratar a perdedores a los que la vida les pasa por encima o a animales que, en mitad de una aventura nocturna, les da por reprimir su instinto más salvaje para evitar volver por donde han venido. Son personajes mezquinos o marcados, apretados entre los márgenes de las clases más bajas o, directamente, desclasados, que hacen de sus vidas un mapa desde el que enseñar el perfil más castigado de América.

Larry Brown siempre tuvo una habilidad especial a la hora de rescatar de entre la basura esas historias de excesiva humanidad. Hirientes, sin filtros morales innecesarios que nos sermoneen a posteriori sobre los peligros de tal o cual cosa. Con un poco de humor negro (ay, Miss Sheila) y con otro de resignación ante circunstancias que no sabemos cómo capear. De ahí que la colección de relatos que componen Dar la cara sea, nunca mejor dicho, un sonoro bofetón de humanidad. De historias que duelen, molestan o para las que, simplemente, no queda nadie con ganas de escuchar. Historias de personajes tristes, vencidos por la vida, que casi siempre presentan una alta tolerancia a las calamidades.


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