El infierno de las chicas, de Kyusaku Yumeno (Satori) | por Juan Jiménez García

Kyusaku Yumeno | El infierno de las chicas

Ser una mujer en los años treinta en Japón no era precisamente lo mejor que te podía ocurrir. Bueno, siempre que tuvieras alguna ambición, más allá de casarse probablemente en un matrimonio convenido entre familias. Nunca fue fácil antes, no lo iba a ser en esos tiempos y aún costaría no poco, como nos enseñaron las películas de Yasujiro Ozu o Mikio Naruse, salir de ese círculo cerrado. Pero incluso antes de llegar a ese instante decisivo (el matrimonio) las chicas debían pasar por su propia juventud, quizás un momento en el que aún se podía tener alguna esperanza. Y eso sería El infierno de las chicas de Kyusaku Yumeno, una especie de última reivindicación de una libertad que se perderá. Pero ¿qué es la libertad?

Los tres relatos que conforman el libro de Kyusaku Yumeno están escritos en un estilo epistolar, con un especial aire de despedida. Después de todo, estamos hablando de tres mujeres suicidas o suicidadas (tal vez no todas), que se despiden de la vida no sin antes ajustar cuentas con aquellos que las llevaron hasta esa puerta pintada en la pared. Asesinatos por relevos y La mujer de Marte serán testamentos vitales, mientras que No tiene importancia será un ajuste de cuentas del hombre con la mujer, aunque más allá de todo esto, los tres sean un perfecto retrato de una sociedad y sus vicios. De un cierto aire malsano que estaba por todos lados, viviendo entre apariencias.

La protagonista de No tiene importancia solo quiere ser enfermera. Eso no es complicado (de hecho es una de las pocas profesiones a las que podían aspirar las jóvenes en ese tiempo) o no especialmente, pero tiene una manía: mentir. Miente como vive y vive esas mentiras que inventa. Una llevará a otra, esa otra a otra más y en todas se verán enredados los médicos para los que trabaja. El relato será el lamento de su último empleador, una historia llena de misterios, de sospechas, con improvisada detective. Cierto que Yuriko no es una figura muy heroica, pero no es menos cierto que pago esto siendo la única víctima real, palpable, de sus propias mentiras.

Otras de las profesiones a las que podía aspirar una chica era cobradora en un autobús. Y eso precisamente es la protagonista del segundo relato, Asesinatos por relevos. Sí, era de lo poco a lo que se podía aspirar, pero la protagonista del relato no deja de escribirle cartas a su amiga para quitarle esa idea de la cabeza. Mejor seguir en el pueblo, trabajando los campos. Además, está ese asesino en cadena, un conductor al que nadie logra atrapar pero que no deja de encontrar víctimas incluso sabedoras de su afición a liquidar a sus mujeres, todas compañeras de trabajo. Tomiko no será una excepción. Incapaz de resistirse a su destino se entregará a él. Pero tiene algo que decir antes…

Utae es trágica estudiante de La mujer de Marte (nombre con el que se la conoce). No muy atractiva, larguirucha, condenada a practicar deporte cuando ella realmente querría hacer otra cosa, se ve abocada a una vida solitaria. Una vida que solo encuentra un cierto sentido en un viejo edificio abandonado de la escuela. Pero ese edificio también será el punto de encuentro del muy considerado director de la escuela y sus compañeros de chanchullos. Retrato de una sociedad podrida que esconde bajo capas de honorabilidad no poca miseria humana, el infierno de Utae y su posterior venganza (con la relativa victoria que da su propia muerte), son un intenso retrato de tono malsano.

Nuevos cuentos crueles de juventud de una sociedad japonesa enfrentada a sus propios fantasmas, El infierno de las chicas es un intenso catálogo de horrores cotidianos. Sí, bien, se puede vencer, pero poco importan esas victoria pírricas. O no. La vida, como siempre, está en otra parte.


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