El libro más peligroso, de Kevin Birmingham (Es pop) Traducción de Óscar Palmer | por Óscar Brox

Kevin Birmingham | El libro más peligroso

Como señala en su epílogo Kevin Birmingham, desde hace años el Ulises de James Joyce disfruta de una devoción que trasciende lo meramente literario para abarcar, incluso, lo festivo. Al margen de la celebración del Bloomsday, de la lectura de Penélope, de las rutas por la ciudad siguiendo los pasos de Stephen, Leopold y Molly, lo cierto es que la impronta cultural dejada por la obra de Joyce fue más que significativa. Tanto como para explicar la historia de una transformación, o una transición, entre los valores de ese viejo mundo que todavía no había desaparecido y aquel que, entre Guerra y Guerra, empezaba a asomar. Una historia, claro, surcada de arrebatos creativos, enfermedades, mecenas, libreros, contrabandistas, ligas para la protección del decoro, prohibiciones, quemas y confiscaciones de libros, obscenidades y escritura. Siempre escritura.

Birmingham concibe la historia del Ulises con varios propósitos: como un recorrido biográfico de Joyce, de sus múltiples exilios europeos, entre Irlanda, Trieste y París, de su amor infinito por Nora Barnacle y de sus numerosas enfermedades oculares; como un resumen de aquel mundo a principios del Siglo XX, influido aún por los ideales culturales del siglo que había abandonado, en el que todavía no se habían comenzado a derruir las tradiciones monolíticas que dictaban cánones, estilos y formas artísticas; y, finalmente, como un análisis del Ulises, obra imposible, libro de libros, texto repleto de voces y flujos de conciencia que inauguraría no pocas nuevas modas en su tumultuoso paseo por los anaqueles de librerías. Y eso que, paradójicamente, Birmingham no deja de recalcar el miedo que aún hoy proyecta tamaño mamotreto. La falta de interés por abrir su primera página, por sumergirse en su incontinencia escritora, por dejarse llevar ante la libertad formal con la que Joyce decidió revolverse contra los cimientos de la literatura.

El siglo de Joyce comenzó con varios tropezones con la censura, que esperaba atenta la publicación por capítulos de Ulises para acabar con la revista que los publicaba. O para tacharlo, círculo cultural mediante, de nadería y frivolidad literaria que poco aportaría al panorama libresco. Obsceno y gratuitamente absurdo. O tedioso. Por mucho que Ezra Pound, en vez de pensar en la escritura de sus Cantos, cayese rendido ante Joyce y se presentase como defensor apasionado de su extenso trabajo. Pound, Harriet Weaver, John Quinn, The Little Review, y así hasta llegar a Sylvia Beach, factótum de la librería Shakespeare and Co., la carrera por la publicación de una edición completa de Ulises comprendió unos cuantos nombres y no pocos esfuerzos. Entre otros motivos, porque la persecución postal, aún más fuerte en tiempos de posguerra y de enaltecimiento de los valores nacionales, fue absoluta en lo que se refiere al libro de Joyce. Hasta el punto de que sus encontronazos podrían escribir, por sí solos, una historia sobre la censura en el Siglo XX.

Con habilidad, Birmingham logra hilar cada uno de los acontecimientos para componer un relato de ese primer tercio de siglo. De manera que la historia de la creación del Ulises es, asimismo, la historia de la construcción de Shakespeare and Co., del imprescindible mecenazgo editorial ejercido por Sylvia Beach, de una Europa en reconstrucción a la que los intelectuales románticos acudían como refugio. La historia de un joven Ernest Hemingway obsesionado en conocer a Joyce, o la de un Faulkner que bebería del flujo de conciencia de Ulises para componer aquel otro mítico Mientras agonizo. La historia del color azul de la bandera griega, que Joyce pidió que fuese el mismo para la cubierta de su libro. De ese libro que no dejaba de escribir, incluso, mientras le traían las primeras galeradas durante su impresión en Francia. La historia de las cartas y el ardor amoroso entre James y Nora; de esas obscenidades que darían voz a Molly. O, por qué no, la historia de los años que pasaron hasta que Virginia Woolf se percató de la importancia de una obra que había desdeñado en sus tiempos como reseñista, pero que ejercería una influencia clave a la hora de escribir La señora Dalloway.

El libro de Birmingham no es solo una celebración de James Joyce, o una vindicación de la libertad formal que abrió las puertas de tantas vanguardias creativas, sino también un Ulises que aglutina las voces y las conciencias de todos los protagonistas de aquella época. Un análisis en profundidad que pertenece a la misma estirpe de los Trumbo, de Bruce Cook, o Arte salvaje, de Robert Polito. El trabajo, casi, de una vida, narrado en detalle y reconstruido con tanta paciencia que es difícil que cualquier lector pueda resistirse a hojearlo con un ejemplar del Ulises a su vera. Pasando la vista de un libro extraordinario a otro.

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