Ciudad de Yotsuya, barrio de Hanazono, de Kan Takahama (Ponent Mon) Traducción de Miguel Ángel Ibáñez Muñoz | por Juan Jiménez García

Kan Takahama | Ciudad de Yotsuya, barrio de Hanazono

Los franceses siempre han tenido un cierto gusto por la asimilación de otras culturas, intentándolas integrar dentro de la suya propia (otros dirían absorbiéndolas), intercambiando un cierto exotismo (o eso les parece) por un afrancesamiento. Esto a veces sale bien (en el cine tenemos amplios ejemplos) y  otras simplemente se convierte en una muestra de cierto pintorequismo en la carrera del artista de turno. A todo esto no podía ser ajeno el manga. Por su capacidad de atracción sobre occidente y por la potencia de la historieta francesa (o francobelga), que no es poca. Si juntamos todo ello, nos encontramos con algo que se llamó nouvelle manga, y que pretendía encontrar un punto intermedio, sumándole autoría e historias personales. Kan Takahama convergió en un determinado momento con ellos (especialmente con su segunda obra, Mariko Parade, en colaboración con el fundador del movimiento, Frédéric Boilet), pero qué duda cabe que, a estas alturas, su cabeza anda en otro lado. Y aunque comparte con Jirō Taniguchi aquello de ser los más occidentales de los dibujantes japoneses (ya estamos como con Akira Kurosawa en su tiempo y en su cine, como si no hubiéramos aprendido nada), lo cierto es que desde su primer libro (todos ellos publicados, como este, por Ponent Mon), sigue unas constantes que la hacen una autora, incluso en un sentido, ahora sí, nouvelle vague, manga, o la etiqueta que queramos utilizar.

Unas constantes que serían las relaciones personales, el sexo (aquí muy presente) o el artista, con un dibujo que ha ido pasando de lo borroso a lo concreto, del blanco y negro a los grises, para acabar, como en el epílogo de este manga, desvaneciéndose, como el tiempo o la historia (hache minúscula de intimidad). Si sus primeras obras se instalaban en un tiempo que podía ser el de la autora y todo sus personajes se confundían con ella misma, en sus últimos libros la distancia se alarga. Ya en El último vuelo de las mariposas se iba a la época Meiji para adentrarse en el mundo de las cortesanas, mientras que en Ciudad de Yotusya, barrio de Hanazono avanza algo, hasta alcanzar el final del periodo Taisho y la entrada del la era Shôwa, años que llevarían a Japón al ultranacionalismo y el militarismo. Es en ese instante donde Takahama se instala para contarnos una historia de amor y también de sueños perdidos (tal vez sea lo mismo).

Ishin, nombre con el que se conoce a Yoshimune Miyake, es un escritor de última fila, que lejos de esperar su momento se ha instalado en el mundo de las revistas eróticas, escribiendo para una nueva publicación, Las puertas del sexo. Su editor es Eijrô Aoki, un comunista que aspira a conseguir algo de dinero que pueda financiar sus actividades políticas. Para ello, se van sumergiendo en un Tokio condenado que vive sus últimos días, y no les va mal. La revista es un éxito hasta que el viento cambia y todo se pudre. La guerra está ahí, dispuesta a poner las cosas en su sitio, a llevar a Japón a un suicidio colectivo. Entre tanto, Ishin también conocerá el amor y la pasión (no en este orden), aunque como decía alguien, la felicidad nunca es alegre y más bien efímera.

Ciudad de Yotusya, barrio de Hanazono es seguramente el manga más divertido de Takahama hasta la fecha. Tal vez sea solo una especie de felices años veinte (esos años veinte que en prácticamente todo el mundo se celebraban, por haber salido de una guerra, por intuir que no sería la última). También tiene aquella melancolía de su obra anterior y una fatalidad tampoco exenta de pasado. A través de un ritmo sin fallas, de un dibujo que la emparenta con un manga más actual sin que sea por ello necesariamente occidental. La alegría de vivir frente a la realidad de la vida.

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