Memorias de una barba, de Juan Alcudia (En huida) | por Juan Jiménez García

Juan Alcudia | Memorias de una barba

Entre el mito y uno mismo está la intimidad. ¿Por qué la poesía? (habría que preguntarle a cada poeta) La poesía como ese lugar, ese terraza llena de cuerdas tendidas, en las que colgamos nuestros sentimientos, debidamente codificados o necesariamente inexplicables. Hablamos de la abstracción. Frente a una novela realidad, un lugar donde ir más allá, donde las palabras nos esconderán, esperando ser encontrados, descodificados por otros. Cierto, como en el abstracto, la pregunta necesaria es aquella que nos formulaba Francis Bacon: sin la forma es imposible transmitir nada. En poesía diríamos: sin algo detrás es imposible llegar a ningún sitio. Y la nada está tan presente, un poco por todas partes, como una enfermedad contemporánea. A veces, tras el misterio, no hay nada. ¿Por qué, entonces, la poesía? Juan Alcudia había escrito guiones de cómics, también sobre cómics, relatos de terror y también sobre el terror. Si hay un mundo que pensábamos lejano al suyo, ese era el de la poesía con forma de poesía. Y sin embargo…

Me pregunto si una editorial “en huida” y una colección “en tránsito” no serían, ya de por sí, capaces de definir un libro. Todo esto es aventurado. Reconozco que la poesía ha sido, siempre para mi, incapaz de ciertas cosas, un enigma. Además, un enigma al que nunca busqué la solución. Lejos de buscar significados, siempre busqué que la poesía entrara en mi de cualquier manera, como tuviera a bien. Más cerca de Apollinaire que de los simbolistas, en Szymborska aprecio que parezca alguien como yo, humana, capaz de convertir lo cotidiano en algo sobrenatural, de convertir nuestras acciones en actos heroicos de supervivencia. Algo así encuentro también en Alcudia. Ese intento de esconderse tras los matorrales pero nunca lo suficientemente bien como para no ser encontrado.

Ya ni tan siquiera es necesario recurrir a la tercera parte de este poemario, ese La playa del fin del mundo, a la que ha llegado, entre las olas, la botella mensaje de su autor. Ahí está él, su barba, su paternidad con forma de koala o su perro. En fin, todo. Ese todo a la manera de Pessoa, soñador inmóvil. En el resto del libro, bajo los disfraces del mito, seguramente encontraremos preguntas igual de íntimas que esa vida llena de apariencias, de fisicidad. Fisicidad, otra palabra tan de moda como cuerpo, como si estuviéramos necesitados de reafirmar que se nos puede tocar, ante la duda de ser algo. Hablando de Gilgamesh, Alcudia habla de intentos de transferir lo intransferible, de explicar lo inefable. Ahí se sitúa cierta poesía. Tal vez la única válida.

Si todo lenguaje es un obstáculo, qué nos queda… Intentar alcanzar orillas lejanas chapoteando en el fango de las palabras, siempre es más problemático que dejarse llevar por la placidez de un mar en calma. La certeza de que, como decía Apollinaire, solo se llega a la victoria de derrota en derrota. Y también, y volvemos al poeta francés, que hemos llevado tan lejos el arte de la invisibilidad que es tremendamente complicado encontrarnos y mostrarnos a los demás. En estos tiempos de exposición total, tal vez la poesía, sea el único lenguaje capaz de escribir nuestras memorias. En todo caso, el poemario de Juan  Alcudia apuesta con ello. Y en su resultado, está la certeza.

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