Golpes de gracia, de Joxemari Iturralde (Malpaso) | por Juan Jiménez García

Joxemari Iturralde | Golpes de gracia

Paulino Uzcudun e Isidoro Gaztañaga compartieron toda una vida juntos sin llegar a encontrarse jamás. Empezaron el siglo y el segundo lo acabó antes que el primero y seguramente de una manera más gloriosa. Paulino Uzcudun dejó de cortar troncos para dedicarse el boxeo. Por convicción. Se marchó a París sin saber nada más que eso y allí no tardó en triunfar, fuerza bruta de la naturaleza. Seis años más viejo que él, vecinos en cierto modo (solo les separaban diez kilómetros de distancia), Isidoro Gaztañaga siguió los pasos del otro fielmente. El club GU, el dóctor Ladis Goiti, la habitación de hotel, el mismo gimnasio en la capital francesa. Incluso llegaron a verse y podía haber algo de respeto, pero ahí quedó todo,  porque un día Gaztañaga, mucho más adelante, le dijo a Uzcudun que podía ganarle cuando quisiera. Y no estaba la vida para escuchar estas cosas y ahí quedó todo, citados para un combate que nunca se celebraría, porque Paulino siempre escapó a ese encuentro, aun a costa de perder el título de campeón de España.

La vida de Uzcudun y Gaztañaga es Golpes de gracia, de Joxemari Iturrralde, publicada por Malpaso. Una vida marcada por los combates, las idas y venidas de Europa y América y, entre todo, las mujeres, que dan para que cada uno de los muchos capítulos o fragmentos de vidas tengan un nombre de mujer. También para la Historia. No solo la del boxeo, que los dos atravesaron brillante e irregularmente, sino para la Historia de España, porque a ambos los alcanzó la guerra civil. A Gaztañaga lejos, en otro continente, a Uzcudun plenamente, demasiado plenamente. Llegó al final de su carrera, de derrota en derrota, y acabó metido en la falange y convertido en un personaje miserable, carne de noticiero y de postales.

Así, Golpes de gracia es el camino que lleva desde la ingenuidad de aquel primer Paulino Uzcudun, boxeador demoledor, que empieza a conocer no solo el deporte sino la vida (y, fundamentalmente, las mujeres, entre las que se encontraron no pocas figuras de la época, a un lado y otro del Atlántico), hasta sus últimos años como púgil, que son un querer y no poder. Una caída en la que se ven envuelto en todas las turbiedades y que no deja de ser una deriva patética en la que nada queda indemne: ni él, ni su carrera, ni sus amigos. Y también es el camino que siguió Gaztañaga, de quién se decía que podía derribar un puente de acero de un puñetazo. Guapo (le llamaban el bello Izzy), amante de la bebida y otros vicios, veleta que cambiaba según el tiempo y sus pasiones. Un boxeador que podía haber sido aún mucho más grande pero que tenía esa inconstancia que le hacía perder con cualquiera y ganar a otros más poderosos aún que él. Un boxeador seguramente más importante que Uzcudun pero al que el régimen triunfante después de la Guerra Civil escondió convenientemente, dejándolo allí perdido, en las Américas, en las que tendría un final digno de su leyenda.

Iturralde escribe un relato de vida, obra y amores de ambos y lo hace desde la distancia corta, a golpes, secos, cortantes. El relato de dos vidas que tal vez no eran muy distintas pero que acabaron igual que fueron vividas. Con esa urgencia, con esa a ratos desgana, a ratos furia imparable. Tal vez porque ambos, entre el boxeo y la vida eligieron la vida, como algo parecido pero no igual.

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