Años de hotel. Postales de la Europa de entreguerras, de Joseph Roth (Acantilado) Traducción de Miguel Sáenz | por Juan Jiménez García

Joseph Roth | Años de hotel. Postales de la Europa de entreguerras

Qué duda cabe que los años veinte y treinta de la prensa alemana fueron una edad importante de su periodismo literario. En aquella República de Weimar herida de muerte desde el primero de sus días, se juntaron no pocos nombres esenciales de la escritura de esos años, como Karl Kraus, Kurt Tucholsky o Egon Erwin Kisch. Entre todos, también Joseph Roth, que primero que nada fue eso, periodista. Colaborador en multitud de publicaciones de la época (en especial uno de los periódicos de mayor tirada y prestigio en aquel entonces, el Frankfurter Zeitung), escribirá durante prácticamente toda su vida, hasta que los nazis por un lado y el alcohol por otro, acaben con él. La publicación por Acantilado de los artículos reunidos bajo el nombre de Años de hotel. Postales de la Europa de entreguerras, es un acontecimiento. No porque sea la primera vez que tenemos acceso a su obra periodística (la propia Acantilado ha publicado libros como Primavera de café), sino porque más allá de su destacada calidad literaria nos ofrece una cierta imagen de Europa y del propio Roth que se entrelaza y se vuelve inseparable de su obra literaria.

Agrupados en ocho partes, buena parte de los textos son reflejo de sus viajes a través de esa Europa salida de la guerra que iba camino de otra. El viejo mundo (que era también el mundo de su infancia) había desparecido y el nuevo era ahora los restos de aquel otro. Un nuevo mundo mal hecho que contenía en sí su propia y próxima destrucción. Veinte años no son mucho (o nada) y esa fue la duración del recorrido. El escritor austriaco viaja. Recorre Alemania (un país incomprensible e incomprendido… y lo mejor estaba aún por llegar, aunque él intuyó muy bien las desgracias del futuro). Traza el retrato de esto  y también se acerca a los supervivientes del naufragio, sean desconocidos o no. Recorre Austria y el desaparecido Imperio Austro-Húngaro. Llega hasta la nueva Unión Soviética y los restos zaristas. Visita Albania y construye un irónico retrato de su presidente y de la política. Una de las partes está dedicada a los hoteles, encantadores retratos del amor por las cosas y las gentes que se quedaron suspendidos en un tiempo que ya no es de nadie, un estado mental. Unas palabras a propósito de esto: las épocas desaparecen rápidamente, mientras las patrias permanecen inmutables (…), como las épocas cambian, las perdemos, mientras que las patrias nos retienen. La búsqueda de Roth de lo estable, de la tranquilidad de lo que permanece. El pensamiento de alguien que no se detuvo nunca.

El libro se cierra con una penúltima parte, Los placeres y las penas, y una última, Final. Dos títulos interesantes para resumir sus últimos años, que estuvieron marcados por estas tres cosas. La auténtica melancolía es la melancolía sin motivo, dice Roth. El nazismo ya está ahí (El Tercer Reich, la filial del infierno en la tierra) y los últimos días, también los suyos, se aproximan. La belleza de las cosas ya no puede con la fealdad de la realidad. Demasiados días con cielos negros. En algún lugar dice que el trabajo es solo una bendición porque ha suplantado a la alegría y eso dice tanto de aquellos años (y tal vez de estos). Hay un artículo… Su Imperial y Real Apostólica Majestad (K y K), que contiene el embrión histórico y personal de una parte de obra y vida. Dice: El gélido sol de los Habsburgo había desaparecido, pero al menos era un sol. Y: Pero como la muerte del emperador ponía fin a mi patria y a mi infancia, lo lloré a él y a la patria como mi infancia. La necesidad del judío Roth de, al menos, ese gélido sol, la necesidad de retener esa idea de la infancia. La necesidad de que ese mundo no haya desaparecido en su totalidad, de que aún se encuentre en algún lado, de que las búsquedas encuentren, de que todo aquello, también esa infancia, siga de algún modo en algún lugar, aunque ese modo o lugar sea un solo gesto, atrapado por su escritura. Años de hotel recoge también, incluso en su título, una cierta provisionalidad, una deriva, el resultado de muchos viajes y destinos. La escritura de Roth tiene una endiablada facilidad para retener esos sentimientos que siendo fugaces se niegan a desaparecer. Y la tiene porque todo en él parece ser eso mismo que refleja su escritura. Como el Santo Bebedor, Roth sigue intentando pagar su deuda con un mundo desvanecido, una y otra vez. Con su condición de judío, con la única patria que pudo tener, con la belleza o con la muerte.


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