Aventuras de un oficinista japonés, de José Domingo (Astiberri) | por Juan Jiménez García

José Domingo | Aventuras de un oficinista japonés

Un día, sales de trabajar. Trabajas en una oficina. En Japón. Coges tu maletín y caminas. Vuelves a tu cubículo en el que nadie te espera y tú no esperas a nadie. En realidad no esperas mucho de la vida, pero mira por dónde, la vida espera algo de ti. O no. Simplemente juega contigo. Podríamos ser tontamente positivos. Es simplemente que, el día menos pensando, empiezan a ocurrir cosas. Alguna cosa, demasiadas cosas. Unos yakuzas se lían a tiros en la calle y ahí se lía todo. Tu corres y corres y, cuando te das cuenta, te enfrentas a conejos, sectas, yetis, diablos, caníbales y vete a saber cuántas cosas más. No, nuestro oficinista japonés, al menos por un día (o por unos meses), no será un Fernando Pessoa entregado a una visión poética de su existencia gris. Nuestro oficinista japonés pasará una temporada en el infierno.

A un ritmo de dos por dos, de cuatro viñetas por página, de cuatro gloriosas viñetas por página, José Domingo reconstruye una realidad dislocada que tiene tanto de japonesa que podría ser española. Sí, cierto es que en nuestro imaginario no encajan muy bien los yokais, esos monstruos de formas extrañas, como tampoco ese imaginario kaiju de aparatosos monstruos (de nuevo) gigantescos enfadados con el mundo y enfrentados entre sí. Pero bueno, todo lo demás es parecido. En la irrealidad que nos propone uno se siente bien. La carrera de nuestro hombre gris es bien loca. En una viñeta está contenido el pasado y el futuro, cuya conjunción se llama presente. En sus enormes viñetas, tropezamos continuamente con los detalles. Nos gustaría ir corriendo, saltando de una en otra, pero nos paramos en los detalles. No hay palabras, y podríamos pensar en un gordo y un flaco que son una sola persona. En vez de destruir ellos el mundo, el mundo les destruye a ellos.

Como en aquellos videojuegos de los que bebe, los niveles se suceden, las pruebas son más terribles, el humor más delirante. Las referencias se cruzan como balas disparadas en todas las direcciones. No hay ninguna princesa. Bueno, sí, una, pero cuando la conquista, lleva bonus. La vida es un vómito continuo, un revoltijo de mil cosas comidas. Y en esta sociedad consumista, hemos comido demasiado. Por voluntad o a la fuerza. Y luego, hay gente por todos lados. ¡Hostil! Ni tan siquiera es posible fiarse de los conejos, animales traicioneros. Las viñetas suben y suben. Cosas de los pactos con el diablo para lograr recuperar el corazón perdido del protagonista. Máquina de pinball, hay que seguir golpeando furiosamente la bolita.

Nuestro oficinista no puede pasar desapercibido. El dibujo de José Domingo tampoco. Un mundo lleno de color que no renuncia a la oscuridad, atravesado por la inteligencia de una puesta en escena esencial. En el cine mudo todo nos habla. Aventuras de un oficinista japonés tiene muchas lecturas siendo un libro visual. Una de las posibles es la guía de lectura de Gerardo Vilches, que cierra la estupenda edición de Astiberri. Una guía que nos hará volver sobre las viñetas, sobre nuestros pasos, para disfrutar una vez más de las correrías delirantes de nuestro hombre, que parece salido del Minecraft.

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