En realidad, nunca estuviste aquí, de Jonathan Ames (Principal de los Libros) Traducción de Carlos D. Lozano W. | por Juan Jiménez García

Jonathan Ames | En realidad, nunca estuviste aquí

Joe es un tipo duro de pasado igualmente duro (ejército, FBI). Fuera de eso es un tipo solitario que no aspira más que a desaparecer. Y lo hará. Cuando muera su madre, último lugar de encuentro con el mundo. Penúltimo, tal vez. Joe se dedica a actividades no muy legales, pero seguramente justas. Rescata a muchachas jóvenes de las mafias de la prostitución, a cambio de dinero. Es un asesino a sueldo que no mata a nadie si no es por pura necesidad logística. Tampoco es que le importe mucho hacerlo. En su mundo solo caben él, su madre, McCleary, el intermediario que le consigue los trabajos, y las víctimas. No hay nada más y no puede haber nada más. Ni otros. Ni, por supuesto, mujeres.

Su tiempo es el de la invisibilidad. Su arma, un martillo. Tiene cosas más contundentes, pero le gusta el martillo porque era aquello con lo que lo amenazaba su padre de pequeño. El martillo es el miedo, el pánico. Lo era para él y ahora para los demás. El martillo es capaz de detener el tiempo y, con el tiempo detenido, todo fluye más rápido. Cada trabajo exige una precisión. La precisión unas pautas, un conocimiento. Joe es eso: el frío.

Jonathan Ames es cómico. O si es algo más que otras cosas es eso, cómico. Pero en En realidad, nunca estuviste aquí, no hay nada gracioso. Es simplemente un artefacto que nos reconcome por dentro, un libro que cuenta, que cuenta cosas terribles, que las cuenta de una manera terrible y que nos deja en la espera de que lo más terrible está siempre por llegar. Jonathan Ames escribió un libro que era como un martillo.

Un día a Joe le encargan recuperar a la hija de un político que pretende llegar a gobernador. Su hija fue secuestrada hace seis meses y debe estar prostituida en cualquier rincón. Su mujer se suicida un mes después. Un día recibe una aviso. Alguien la ha visto en un burdel. Alguien a quién él conoce y que (le horroriza la idea) debe haber estado con ella. Ella, que tenía trece años. Allí la explotarán, será mil veces virgen, y luego, cuando ya no sirva, cuando sea demasiado vieja, un poco después, no mucho después, la matarán. Ir a por ella es fácil. Fácil para él. Solo hay que tener un poco de paciencia, ni tan siquiera mucha, un poco de contundencia. Pero hay algo más.

Ames escribe una obra crepuscular llena de despedidas nunca a tiempo. Despedidas físicas y morales. Porque también Joe dice adiós a alguna última convicción. Es una novela de hechos, pero también una novela de misterio. El misterio es como este mundo es capaz aún de sostenerse en esa miseria que parece devorarlo todo. Silenciosamente. En ausencia de límites, en ausencia de cualquier fondo, la caída carece de cualquier final. La vida también. Joe, que no es muy dado al sentimentalismo, convive con el asco, tal vez con la perplejidad.

Libro oscuro, casi negro, En realidad, nunca estuviste aquí, es breve porque todo ocurre sin más, como una fatalidad, como algo que no se puede prever y como algo a lo que solo queda responder y seguir. No hay lugar para los sentimientos porque no hay tiempo para ser un sentimental. En un mundo donde todo vale, lo único que parece no importar es el otro, sea quien sea.


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