Las ilusiones, de Jonás Trueba (Periférica) | por Óscar Brox

LLibrosos cuadernos de notas y diarios personales tienen una cualidad especial en su facilidad para mostrar, entre dudas y destellos, cómo las ideas toman forma. Durante su periplo italiano, Andrei Tarkovski compartía en sus apuntes, que acabaría publicando como su Martirologio, el comentario sobre la última película de Lucio Fulci con la búsqueda del operador de cámara adecuado para Nostalghia. Así, lo mundano convive en el mismo espacio de papel en blanco con el trabajo, como dos esferas habitualmente separadas que solo el diario consigue unir. He ahí su importancia a la hora de no favorecer un pensamiento en lugar de otro, de exponer ante el lector los múltiples caminos, en falso o no, que se abren durante un proceso creativo.

Más que una continuación literaria, Las ilusiones es una puesta en forma de aquello que aparece en Los Ilusos: un catálogo de cosas, de ideas cazadas al vuelo, de diferencias y repeticiones, que encuentra su ritmo en las páginas de esta breve obra a medida que su autor, Jonás Trueba, perfila las conexiones entre sí. Todo empieza con una intuición, un detalle que despliega una escena: hace frío y ella utiliza el secador del pelo para mantener caliente la cama. ¿Y luego? Luego, como en Italo Calvino, la escena es el punto de partida para muchas historias, para relaciones intuitivas que apuntamos en una hoja y borramos según nos vienen otras más interesantes.

En Las ilusiones, Trueba deja que sea la vida, cotidiana y minúscula, la que filtre sus propuestas para una película futura. El trabajo surge, precisamente, de ahí. Como él mismo explica, resulta interesante percibir que todo ese tiempo que, a primera vista, parece perdido -un tiempo donde el mundo se mueve haciéndonos creer que permanecemos inmóviles-, en realidad ha generado una serie de ilusiones y destellos sobre los que se construye una historia. También deseos, como los de filmar un rostro como si se tratase de un paisaje o atrapar, sin caer en la melancolía, ese sentimiento vital que sobrevuela tus recuerdos. En eso consiste el encanto de Las ilusiones, en ilustrar el toma y daca con que un cineasta aborda sus historias, en seguir la travesía de cada idea desde que aparece como una diminuta intuición hasta que se convierte en el nombre del personaje femenino que acompañará al protagonista del relato.

Además de por su carácter ecléctico y su vocación irregular, los diarios permiten una visión privilegiada de la escritura y de la imaginación; son la llave de acceso que nos concede la posibilidad de intimar con las ideas. Lo hermoso de Las ilusiones radica en su capacidad para invitarnos a perdernos entre sus páginas, a observar cómo las ideas se repiten, también los temores, a notar que su autor parece agarrar algunas con todas sus fuerzas, como quien caza una ballena, mientras desecha otras en una línea. En suma, nos sumerge en la parte desnuda, personal y humana de la escritura, donde la vida, y nada más, es el material del que están construidas las ideas.

Todo diario o cuaderno tiene algo de manual de instrucciones, porque de alguna manera nos enseña a montar, a entender, el porqué de las obsesiones y anhelos que plasma en sus páginas. En otras palabras, nos pregunta si queremos acompañarle durante el viaje. El cine quizá sea la expresión perfecta de esta última idea, porque en cada película se encuentra la invitación a acompañar las imágenes, las historias y los personajes. La formación de un sentimiento de pertenencia que establecemos con lo que se cuenta. Me gusta pensar que Las ilusiones es, también, una exploración de ese sentimiento, de la voluntad de escribir y contar historias, porque es otra manera de poner en común lo que somos y quiénes somos. Por eso, en la escritura frágil, desordenada e íntima, repetitiva e impulsiva de esta pequeña obra de Jonás Trueba se encuentra uno de esos sentimientos que conviene cuidar: en lugar de tratar de sustituir el cine por la vida, intentar que ambas esferas, tan separadas a veces como lo mundano y lo creativo, convivan acompañadas la una por la otra. En ese equilibrio, delicado e íntimo, gravita lo mejor de  Las ilusiones.  


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