El maquinista y otros cuentos, de Jean Ferry (Malpaso) Traducción de Gabriel Hormaechea | por Juan Jiménez García

Jean Ferry | El maquinista y otros cuentos

Jean Ferry es uno de esos escritores que nunca salen en ningún lado. No son secretos, porque nunca se escondieron. No son un enigma porque nunca plantearon ninguna pregunta. Escritores discretos. Ser discreto… ¡qué problema! Entonces un día aparece un libro suyo. Pongamos este El maquinista y otros cuentos, editado por Malpaso.  Algo de luz. Descubrimos a un patafísico, que ya es todo un título nobiliario (más vale descender de Alfred Jarry que de otros). O que fue guionista de Luis Buñuel (Así es la aurora), de Louis Malle (Una vida privada) o de aquella obra inacabada y brutal de Henri Georges Clouzot: L’enfer (ya había estado también en una de sus películas míticas: En legítima defensa). Entre otras muchas películas. O de que apareció, cómo no, en la Antología del humor negro, de André Breton, precisamente con el relato que cierra (en falso, porque hay más) este libro: El tigre mundano. Jean Ferry también era (algo así como) surrealista (y marino) y se sentaba en el café Cyrano.

Precisamente André Breton decía que sus relatos giraban en torno al hombre perdido. Y no es lo único que se pierde en sus relatos. Al leerlos, nos perdemos nosotros mismos en una misteriosa placidez, en un fluir de las cosas, de las cosas extrañas, que se alimenta de viajes. Unos viajes que se adentran por territorios no cercanos a la realidad. Por ese elemento extraño que contienen o porque están escritos con el material de los sueños. Al leerlos tenemos la sensación de que podríamos estar leyendo sus relatos durante el mismo tiempo que ese maquinista, protagonista del relato del título, conduce su tren, un tren que no se detiene nunca y avanza y avanza y sigue avanzando.

Pequeñas piezas alrededor de pequeñas cosas, entre el humor y la tragedia de que tu vida sea risible. Como postales, cara oculta de esas ilustraciones de Claude Ballaré que los acompañan. Postales llegadas de rincones lejanos o interiores. En Mi pecera, su protagonista convive con sus pensamientos suicidas. En El tigre mundano, su protagonista (un tigre mundano) nunca es anunciado como las otras atracciones del music-hall, pese a su detestable éxito. El viajero con equipaje, anulado mental y físicamente por causas ajenas a su voluntad y a la de los otros, escribe. La Carta a un desconocido se escribe desde un lugar al que no hay que ir. Josef K.afka descubre una sociedad secreta y Raymond Roussel el paraíso. Y los dos escritores son un referente de Ferry, sobre todo Roussel, al que dedicó algo más que un relato: buena parte de su vida.

Los relatos de El maquinista y otros cuentos no se pueden contar, porque serán siempre una anécdota irreal, una brillante gota de ingenio en un mar de temores. Son relatos que deben ser habitados. Hay que instalarse en ellos, tumbarse sobre sus palabras y ver pasar nubes, igualmente formadas de palabras. Son una cuestión de atmósfera. De luminosos destellos en un día nublado. O tormentas de un sofocante verano.

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