Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial, de Jaroslav Hašek (Acantilado) Traducción de Fernando Valenzuela | por Juan Jiménez García

Jaroslav Hašek | Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial

Cada país tiene sus mitos literarios fundacionales y es indudable que Švejk, Josef Švejk, es aquel que inaugura la literatura checa que, al menos, yo amo profundamente. Una literatura llena de una ironía (praguense, diría luego su hijo pequeño, Bohumil Hrabal), que derrama toda su dulzura sobre la vida y algunos hombres, y toda su capacidad destructiva sobre aquellos otros que están por encima. El poder que cambia de forma como una serpiente siempre dispuesta para llevarnos a la perdición en un paraíso con forma de taberna, ríos de cerveza, palabras que cuelgan de las ramas de los árboles prohibidos, tantas que las hacen curvarse, y bellas mujeres, otra suerte de paraíso dentro de aquel otro, con sus mismos peligros y sus mismas promesas de eternidad.  El libro de la pobre gente (que somos la inmensa mayoría), de los hombres desnudos, de la inocencia sacrificada, es este Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial, que ahora publica Acantilado en la traducción de Fernando de Valenzuela (al que tantas cosas le debemos).

Švejk es habitante de algo muy grande: el Imperio Austro-Húngaro. Por otro lado su mundo es algo muy pequeño. Cualquier taberna le sirve de mundo. Se dedica a vender perros, aunque seguramente no muy honradamente (pero quién es honrado según los tiempos y las necesidades). Estuvo en la guerra, alguna guerra, pero lo tiraron por idiota. De modo que es un idiota oficial. Pero con la Primera Guerra Mundial hasta los idiotas tienen la oportunidad de dejarse matar por la patria y aspirar a ser un soldado desconocido más, con o sin estatua. A Švejk lo que más le gusta es hablar. Y beber cerveza (pero eso se entendía con lo de las tabernas). Además de cualquier cosa. Y nunca evita dar su opinión, acompañada de exuberantes ejemplos, de las historias más absurdas pero ciertas (porque el mundo es bien absurdo, no lo olvidemos). Podríamos decir que es la voz del pueblo. Y el pueblo habla por los codos y de cualquier cosa, algo que no debería estar permitido. Es más: debería ser severamente castigado. Ah, pero ya lo era. Y también lo es. Qué poco cambian los tiempos.

Esa inocencia natural de Švejk, que acepta las cosas como son, y su tendencia a la palabrería, no son dos cosas muy valoradas en los tiempos del Imperio Austro-Húngaro. Y en el ejército qué decir. Y es que, como decía, el buen soldado Švejk, pero se a su reconocimiento oficial de idiota, acaba atravesando países en busca del frente. No de primeras y no siempre en línea recta. Pero es que nuestro hombre tiene una habilidad para causar tremendos desastres en todos lo que le rodean. Siempre contra su voluntad, claro. Y cuando uno trabaja con material sensible (oficiales bigotudos que podrían perfectamente aspirar al mismo título que él) es fácil acabar por cualquier menudencia en primera línea de muerte.

Švejk es Sancho sin Quijote. Ya no es tiempo para Quijotes. Ahora locos que ven gigantes en cualquier molino de viento hay muchos, más peligrosos. Les dan batallones y compañías y envían a hacerse trizas a rebaños de ovejas. No, en realidad no son Quijotes porque carecen de cualquier tipo de nobleza o de elevados intereses que vayan más allá de la buena vida y las bellas mujeres. Jaroslav Hašek, que tenía de su personaje el gusto por las tabernas y la cerveza pero poco de idiota, entendió perfectamente su tiempo y actuó como testigo memorable de las dificultades de un mundo que iba hacia su disolución y conversión en otra cosa (que aún podía ser peor, menos enferma pero más perversa). Entregada la palabra a los nadies (palabra que usan con profusión), la Historia encuentra su sentido y leer al escritor checo nos resulta más revelador que montañas de libros dedicados al tema como montones de flechas que van y vienen sobre una Europa desolada.

Los destinos del buen soldado Švejk durante la guerra mundial es un libro fundamental (y fundacional) de la literatura centroeuropea y más allá. De él parte no solo la literatura checa,  sino una manera de entender el mundo. También ese personaje impasible ante la destrucción que provoca y las máscaras que caen a su paso. Švejk es la revelación de la estupidez del mundo, el niño que señala a su paso emperadores desnudos. Y también es la felicidad. La felicidad de leer, de encontrarse con una escritura plena, imbatible, una campeona de fondo, que nos arrastra gozosamente. No, no se puede vivir sin Švejk. Sin conocerle, sin amarle. Sin escuchar sus delirantes historias. Tal vez porque él es la única manera de entender un tiempo. Y ese tiempo no es tan distinto del nuestro.

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