Manual de despedidas, de Jana Beňová (Sexto Piso) Traducción de Patricia Gonzalo de Jesús | por Juan Jiménez García

Jana Beňová | Manual de despedidas

No hay mucho que decir sobre Jana Beňová. Todo lo que podemos contar cabe espaciosamente en la solapa de un libro o en dos párrafos que se repiten una y otra vez. Poeta, narradora, teatro. Premio de Literatura de la Unión Europea. Periodista. En los tiempos de la saturación informativa es bonito saber que todavía queda un espacio para el misterio. También para la escritura. Porque si nada sabemos sobre su autora, si que tenemos un libro que, de algún modo (y esta puede ser una confusión más) nos habla de ella. Insinúa. Tal vez no sea del todo cierto o tal vez ella no sea ninguno de sus cuatro protagonistas, sino todos ellos y algún personaje secundario. E igual que hay que buscar en tantos sitios e idiomas para saber que poco podemos saber de ella, hay que buscar entre todas estas páginas para tener la certeza de que si algo permanece no es el conocimiento, sino el misterio. En este caso el misterio de unas vidas fragmentadas por las escritura de la escritora eslovaca, como restos de un bombardeo que destruyó cosas, casas y vidas, pero no presencias. Y así, Manual de despedidas no es un libro sobre cómo despedirse, sino un libro sobre personas que se despiden. De otras y de ellas mismas.

Estamos en Petržalka, un barrio de Bratislava. Un barrio que si hacemos caso de Elza, es un asco. Un asco, que según leo, es la zona más poblada de Centroeuropa, junto al Danubio. Elza está en el Cuarteto, reunión de dos parejas en un café, el Viena, que ellos llaman Hiena. Beben, escriben y discuten. Tienen un método para sobrevivir. Uno de ellos mantiene al resto a través de becas, ayudas o lo que sea necesario. Rebeka se hace juez de línea en partidos de tenis. No es cualquier cosa. Requiere no pensar más que en esa línea. Rebeka es la más desangelada. O desafortunada. O todo eso. Su pareja es Elfman. Y la pareja de Elfman, el alcohol. Beber y vomitar. Beber y vomitar. La pareja de Elza es Ian. Al principio forman un solo cuerpo y luego aparece en la vida de ella Kalisto Tanzi y su coche. Y no es que las cosas se compliquen. Solo que se dividen. Aquel un cuerpo, dos lenguas y tres ojos del que presumía Elza, aquella primera pareja, se divide en dos con desgana, por inercia. Es decir, sin convicción. Y todos ellos son su historia. La de Jana Beňová, la de ellos mismos, la de Petržalka y la de la moderna Eslovaquia. Bez panique, bez panique. Que no cunda el pánico.

Así pasan los días inciertos a orillas de río. El Cuarteto como conjunto de vidas a la deriva, arrastradas por lo cotidiano, entre el sueño y la duermevela, sin que uno acabe de despertar en esa sucesión de días y noches. Beňová construye una novela enrarecida para unos mundos personales que son excepcionales de tanta falta de excepcionalidad. Nada les pasa que nos pudiera pasar a nosotros. Ni tan siquiera la locura nos es ajena, y así como ellos prolongan a Allen Ginsberg, quién sabe si no los prolongaremos nosotros a ellos. El otro, los otros. La novela avanza entre nosotros como luces que atraviesan la noche, escenas, microfragmentos, que iluminan unas vidas y que se van engarzando en algo, una memoria, un pasado, un presente dudoso, un futuro que no se acaba de ver, de interpretar. Fijar la vista en un punto, no pensar en nada, concentrarse en esa línea. No pensar en nada. La imposibilidad de no pensar en nada.


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