Jurgen o la comedia de la justicia, de James Branch Cabell (Defausta) Traducción de Susana Prieto Mori | por Almudena Muñoz

James Branch Cabell | Jurgen o la comedia de la justicia

Cuando un viejo trovador es olvidado, a veces su única carta de presentación puede ser la de otros dioses mayores, con voz más potente (no diremos que mejores), como Hades y Eurídice derritiéndose ante las habilidades de Orfeo. En la portada de Jurgen se reproduce la ilustración de una muchacha rasgando, quizá, un harpa enorme, invocando al lector a que se detenga y escuche, aunque sea en la más atestada de las mesas de novedades de una librería (no diremos que el infierno).

Es James Branch Cabell quien se oculta detrás de ese rostro reclinado, y lo mecen décadas después las alabanzas de otros escritores con mejor estrella que la suya, desde Mark Twain hasta Neil Gaiman. Y es rápidamente comprensible por qué el señor Gaiman, quien ya ha utilizado a Orfeo para su Sandman y suele retratar amores divididos entre dos realidades, se rinde a las historias de un autor que es como los juegos de mesa expuestos en un escaparate de segunda mano. Tan populares en su época, un galimatías de reglas para la vida moderna.

Pero el tablero de Cabell es sencillo, porque recupera lo milenario en sus materiales más básicos —el héroe órfico, a veces digno de compasión, a veces risible, que debe ir a buscar a su esposa a los infiernos—, y en los mil y un cortinajes con que decora su escena. Cabell anticiparía muchas ramificaciones del fantástico del siglo XX, pero también de la textura que aportaría al género una actitud más próxima al fanfic contemporáneo: tomarlo todo, no dejar nada para después, nunca dosificar la erudición, las referencias, el amor sincero y desbocado por aquello que desea reescribirse. Tal vez por no esconder sus cofres del tesoro, Cabell acabaría siendo arrinconado en la esquina opuesta a los autores que también necesitan muchas notas al pie… sin la condescendencia que todavía se aplica al fantástico. Jurgen es sólo una pieza de un universo literario profuso y oscuro, que experimenta con la cara fea y burlona de la nostalgia. Como en los mundos ficticios más vivos (que comparte con Terry Pratchett o los Strugatsky), el lector puede comenzar el tránsito por cualquier zona. Por ejemplo,por esta misma aventura, que se acompaña de pertinentes mapas y genealogías, para quien gustede esas bitácoras. Igual que no hay orden para recorrer un lienzo de el Bosco, Cabell no despista,pero tampoco da tregua en su expresividad y valores arcaizantes, en su palique artúrico, en las descripciones que se abordan como el inventario de una tienda.

Porque Jurgen es, ante todo, un prestamista. Y el de prestamista es el mejor oficio para el poeta, porque recupera lo olvidado, le da valor, lo tasa de nuevo y lo vuelve a poner en circulación. Reconoce todas las cosas y les encuentra vitrina y etiquetado a cada una; es un ser que nunca mata y siempre recicla. Por supuesto, esto implica que nada es suyo. No es extraño que los afectos de Jurgen varíen como un molinillo y que le suponga una ventaja desprenderse de su mujer, porque él es poeta y una esposa parlanchina es todo lo contrario a la inspiración, que nunca

A partir de entonces, Jurgen recorre decenas de rincones de un inframundo que haría las delicias de los psicoanalistas y los prerrafaelitas; un infierno que reparte para todos pero que no guarda ninguna certeza para su héroe. ¿Para qué iba a viajar Orfeo hasta el averno, si no es para descubrir que en el fondo nunca quiso recuperar a Eurídice, ser un hombre responsable y no un poeta?

[…]

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