Vida y arte de Glenn Gould, de Kevin Bazzana (Turner) Traducción de Miguel Martínez-Lage | por Manuel Bravo Gil

Kevin Bazzana | Vida y arte de Glenn Gould

Las personas, sin saberlo -o sabiéndolo- somos un cúmulo de matices entre el blanco y el negro que nos determinan más de lo que podemos llegar a sospechar. Hablar del mito Gould, sus obsesiones y anécdotas es relativamente fácil. Lo difícil es adentrarse en su compleja personalidad, aceptar sus fisuras e intentar comprender que el arte, para quienes lo sufren o disfrutan, puede ser «un consuelo para habitar este mundo imperfecto».

Ubicarse en los espacios de luces y sombras por los que transitó Glenn Gould durante toda su vida no es tarea cómoda. Descubrir habilidades desconocidas (era un experto inversor en bolsa), sus rituales previos a los conciertos o la colección de pastillas para sus dolencias -ficticias o no-, forma parte de lo esperado de su peculiar idiosincrasia. Lo verdaderamente meritorio es saber ver una naturaleza en extremo sensible -tanto a la expresión artística como a la regulación de la temperatura-, para llegar a la persona sin perder de vista su entorno mediático y social.

Un libro muy recomendable para tal propósito es el que la editorial Turner publicó en 2007, Vida y arte de Glenn Gould, de Kevin Bazzana, en traducción de Miguel Martínez-Lage. Las fuentes utilizadas fueron diversas, desde el Legado Glenn Gould hasta los testimonios de sus colaboradores más directos y amigos de toda la vida. El resultado es quizá un tanto aparatoso por su prolijidad pero a cambio nos ofrece una visión más próxima a la experiencia de la vida en oposición a la anécdota de vivir. Ambas facetas las contempla, frente a otras publicaciones más atentas al trazo grueso que a la esencia de  Gould.

Su inquietud lectora le conducía desde los clásicos rusos (Turguénev, Tolstoi, Gonchárov, Dostoyevsky…) hasta el Walden, de Thoreau, pasando por La tierra baldía, de Elliot, Kafka o Soseki. Se sentía muy cómodo escuchando a Cole Porter, Bernstein (ambos se admiraban mutuamente) y son famosos sus paseos en coche por el norte nevado del Canadá con Petula Clark de música de fondo; pero no a los Beatles, por los que no sentía atracción ninguna. En definitiva, una persona menos excéntrica de lo que la maquinaria mediática ha querido vender y plenamente ubicada en su tiempo, en el mundo, el suyo.

Con la excepción de las primeras enseñanzas al piano de su madre, Florence, y un breve paso por el Conservatorio de Música de Toronto, en la práctica solo tuvo un maestro, el chileno Alberto Guerrero afincado en Canadá, entre 1947 y 1952. Su influencia en la forma de entender la interpretación fue decisiva, desde cómo estudiar la estructura de las piezas hasta la relajación de manos y antebrazos, práctica que derivó en parte del ritual previo al concierto.

A los 15 años hace su debut oficial y a los 32 decide abandonar su carrera concertística porque no le aporta nada que le enriquezca, al tiempo que se siente compitiendo consigo mismo y sus grabaciones, por no hablar de la incomodidad de hoteles, aeropuertos, trenes  y horarios diversos, frente a su ordenada -es un decir- actividad diaria.

Músico más que pianista y perfeccionista en extremo, vivió acorde a su sensibilidad. Su obsesión por la construcción formal, frente a los excesos de la fiebre melódica, fue tal que lo llevó a un medio -la radio- en el que su aportación fue innovadora y en ocasiones experimental. Sin duda, creó una verdadera «radio en contrapunto», un nuevo concepto en la producción y creación radiofónica para su tiempo. A saber qué hubiera dado de sí en la eclosión de la era digital, en una época en que todo el montaje era un literal corta y pega de cinta magnetofónica en sesiones maratonianas y en las que Gould parecía desconocer los límites entre día y noche.

En la biblioteca más próxima de tu barrio (si no la han cerrado), en YouTube,…  donde te sientas más cómodo, es fácil visionar algunas de sus interpretaciones, agazapado al piano en esa desafiante posición, que muy probablemente desencajó su espalda. No lo dudes, estamos ante la música como experiencia.

Kevin Bazzana | Vida y arte de Glenn Gould

Epílogo con epitafio

Nació y vivió en Toronto, los primeros 30 años en la casa de sus padres y después en un apartamento en St. Clair Avenue, en la misma ciudad. Ajeno a las convenciones sociales decidió vivir bajo una determinada dirección espiritual, transmitiendo en sus interpretaciones una experiencia casi mística del acto musical. Su personalidad, de una cierta rigidez racional y férreo control emocional, no siempre pudo mantener ese equilibrio al que generalmente aspiramos y en algunos periodos de su vida derivó en una manifiesta incomodidad consigo mismo, inicio de un bucle en la toma de ansiolíticos, tranquilizantes y otros fármacos para sus dolencias; paliativos, en definitiva, para remediar esa fractura física y emocional que, ficticia o no, habitaba su mente.

En ese estar sin estar, aislamiento voluntario para no dispersarse en lo social, se basa su expresión artística. Amparado bajo el manto protector de sus padres, imagino sus largas estancias en la cabaña que su familia tenía en el lago Simcoe, al sur de la provincia de Ontario, entregado al estudio  de las partituras y su recreación al piano (su método habitual previo a la interpretación en público o en estudio). En su juventud pasó allí largas temporadas con la única visita de quien le traía algo para comer y grandes provisiones de té. Ajeno al tiempo y en su espacio vital, más propio de un asceta que de un personaje mediático, no es difícil asociar su experiencia con la vivida entre 1913 y 1914 por Ludwing Wittgenstein en su cabaña de madera, en Noruega, tomando notas de lo que después sería el Tractatus Logico-Philoslophicus.

Ambos merodeando en los límites del lenguaje y su construcción formal, en el mundo pero sin el mundo, un acto de traspasar el lindar de la música de la palabra. Pienso que ambos procesos participan de un origen común: la necesidad de comprender la estructura del lenguaje, desde el inicio previo a su escritura hasta su conversión en fonemas o notas musicales, música a fin de cuentas. Otorgar armonía a una percepción dispersa del mundo.

Reflejo de un desapego progresivo, figura en su tumba la cadencia final de una vida:

Glenn Gould. 1932-1982. Y la línea melódica sin ornamentaciones de los tres primeros compases del aria de las Variaciones Goldberg, de Bach. Qué mejor música para el viaje final…


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