Relatos para piano, de Felisberto Hernández (Jus) | por Juan Jiménez García

Felisberto Hernández | Relatos para piano

Felisberto Hernández fue uruguayo, como Juan Carlos Onetti. Como él fue un tipo raro. Tocaba el piano y escribía relatos. Tuvo menos suerte (aunque Onetti fuera un “caso aparte” en todo aquello del boom). Quizás no fuera una cuestión de suerte. Simplemente, fue desconocido porque tenía que serlo. Sí. Hablan de él también Julio Cortázar o Gabriel García Márquez, pero quién le leía, fuera de los ambientes literarios y los aspirantes a explotar en algún momento. No, sus relatos no son para todos los públicos. Mientras leía este Relatos para piano (reunión de algunos ellos, publicada por Jus) pensaba en Bruno Schulz. Tras haberlo leído, sigo pensando en el escritor polaco, que aún tuvo peor fortuna que él, pero que es igual de inevitable.

Bruno Schulz. Las Hortensias es un extraño relato (todos los son, más allá de que este tenga un componente fantástico). Su protagonista está obsesionado por las muñecas de un tamaño algo mayor del natural. Con ellas y para él, construyen escenas, y con una de ellas, Hortensia, intenta sustituir de alguna manera a su mujer, María (María Hortensia), que le sigue el juego, que incluso contribuye a él. No es algo sexual, aunque no deje de buscar un tacto, un calor humano, de buscar algún tipo de perfección o de humanidad en ella. Es otra cosa, indefinible. El matrimonio está marcado por esa extraña, esa otra Hortensia. Y el ambiente, que bien podría ser alguna tienda color canela en una calle de cocodrilos, se va enrareciendo, complicando, multiplicado por la creación de más Hortensias de manos de su constructor, el tal Lorenzo.

La escritura de Felisberto Hernández se llena de palabras que crecen alrededor de la idea, germen primitivo. Árbol de tronco caprichoso y verdes hojas. Convierte el propio concepto de idea, de argumento, en el protagonista del relato. Juan Méndez o Almacén de ideas o Diario de pocos días (la importancia del título, como condicionante de la lectura) o qué hacer con La envenenada, qué contar. O Tal vez un movimiento, en el que el escritor va dando vueltas alrededor de sí mismo, buscando y buscándose, entre una escritura maravillosa, puras armonías para ese piano de hipnóticas melodías. Como ese brevísimo relato, Genealogía, en el que una elipse se encuentra con un cuadrilátero para acabar siendo una sola línea recta.

Los mundos de Felisberto Hernández son raros, como de escritor polaco. Ya no es cuestión de muñecas-maniquís. Es otra cosa. El aire de un tiempo, océano por medio. Cómo entender de otro modo ese El cocodrilo. Un vendedor de medias descubre que tiene una cierta facilidad para algo: llorar. Cubre su cara con las manos y ahí están las lágrimas. También descubre que es un estupendo método para vender. Nada como dar pena. Como el cocodrilo, no sabe del motivo por el que llora. Ni tan siquiera necesita pensar en alguna cosa.

Pensamiento continuado sobre la propia escritura (convertida en literatura fantástica), búsqueda de las razones, sabiéndose condenado al fracaso, el último relato (como no podría ser de otro modo), es a la manera de Raymond Roussel. Explicación falsa de mis cuentos es un despojado ejercicio de simplificación. Está él y su conciencia. Entre los dos, hay una disputa. De esa disputa solo surge la certeza de que no sabe de dónde salen sus relatos, con su vida “extraña y propia”, dice. Qué añadir… Solo disfrutar de este feliz encuentro de escritor uruguayo y lector de ninguna parte (por tanto, de todas).

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