El olor humano, de Ernő Szép (Gallo Nero) Traducción de Eszter Orbán | por Juan Jiménez García

Ernő Szép | El olor humano

La cuestión judía no fue solo un asunto alemán en un escenario de exterminio y campos de concentración. Tal vez, eso sea solo lo sencillo. Lo complicado es entrar en la complicidad de muchos países y gobiernos, acercarse al colaboracionismo y a otros modos de aniquilación, en los que ni tan siquiera acaba uno muerto. Otros gobiernos fascistas tanto o más entusiastas que los nacionalsocialistas alemanas y que ahora, en estos tiempos, vuelven a estar presentes. Tal vez porque nunca se afrontó con la suficiente valentía el papel que jugaron y, desde luego, no fue algo a recordar, sino una piedra más en la vergüenza colectiva de una Europa en ruinas (no solo físicamente). El olor humano, editado por Gallo Nero, es el retrato en primera persona de ese drama colectivo lleno de intimidades (otro grave asunto: entre millones de víctimas, ¿dónde queda una sola persona?). Ernő Szép trazó en él su propia deriva. La de un hombre viejo que atrapado en un mundo antiguo en plena aniquilación. No es una cuestión judía o no solo. Es el fracaso del ser humano como ser humano frente a otros seres humanos.

Se acerca el otoño de mil novecientos cuarenta y cuatro. Las cosas no van bien para Hitler (que además acaba de sufrir un atentado), y la única duda es cuándo acabará todo. Estamos en Hungría, una Hungría invadida por los nazis sin demasiado esfuerzo. Miklós Horthy es el regente y se resiste a las deportaciones de judíos. Mientras puede. Con los soviéticos a las puertas, intenta un cambio de bando que lo único que consigue es su propia caída. Le sucede Ferenc Szálasi, versión local, con sus Cruces flechadas, de los fascismos de su tiempo, que estaban por todos lados, esperando poder ondear sus trapos al aire. Nadie le da más de una semana, pero durará unos meses. Tiempo suficiente para hacer méritos deportando judíos o, como en el caso de Szép, enviándolos a trabajos forzados. Tiempo suficiente para acabar con los otros. Física o anímicamente.

El relato de Ernő Szép es terrible porque no es demoledor. No hay cámaras de gas, montones de cadáveres, trenes que parten hacia la muerte. Sí, todo eso está ahí, en el aire, como una amenaza más. Es terrible porque nos revela que la muerte no es lo único que te podía pasar y que había muchas otras maneras de hacerte desaparecer. Como persona. Como ser. Y también porque frente a esto nos muestra como intentamos conservar algo que hemos decidido llamar dignidad, convertido en el grado cero de la existencia. Algo que no se puede destruir ni aún atentando directamente contra ella. Una dignidad que está en los gestos, en las actitudes, en la manera de afrontar ese descenso no al infierno, sino a todos los infiernos. El cansancio, el sueño eterno en el que todo parece increíble, improbable aunque lo sepamos cierto. La vuelta a la fragilidad del niño y la aproximación al salvaje. Todo esto dice el escritor. Ese escritor que ya no puede escribir y eso es tal vez lo más terrible de todo, porque lo despoja no de su trabajo sino de sí mismo.

Y entre todo, Ernő Szép construye la poesía. Entre las cenizas de tantos incendios, entre los paisajes devastados, entre tantas vidas pisoteadas, la belleza surge aquí y allí, como algo inevitable, algo con lo que nada acabará mientras haya una voluntad de resistir. Y esa es su victoria. Sobrevivir, escribir. Permanecer.

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