Marienbad eléctrico, de Enrique Vila-Matas (Seix Barral) | por Juan Jiménez García

Enrique Vila-Matas | Marienbad eléctrico

La creación artística, la creación literaria en particular, no deja de ser un diálogo disfrazado de acto solitario. Incluso un diálogo multitudinario, lleno de fantasmas pasados, relaciones presentes y futuros encuentros. Una relación con otros escritores, otros artistas o, simplemente, el otro: el lector. A veces, muchas, ese diálogo se materializa, y ya no es solo que la obra de unos alimente la de otros, como continente y contenido, sino que el propio acto creador parte de esa relación. Digo diálogo, pero podría decir silencio. Todo esto no solo está contenido en un libro como Marienbad eléctrico, sino que es su fundamento mismo. La amistad, el intercambio de ideas (o mejor: de sensaciones, de impresiones) entre Enrique Vila-Matas y la artista francesa Dominique Gonzalez-Foerster parte de sus conversaciones en el café Bonaparte de París o sus correos electrónicos, pero también en ese diálogo constante de las obras de la artista con el escritor, que recorre ciudades a su encuentro.

El escritor asume el papel de Watson, es decir, ese testigo silencioso del trabajo de una mente privilegiada, ella. Una mente capaz de iluminar su propio trabajo, de hacerle fijar su atención en un punto, que, citando al Georges Perec de Especies de espacios, es suficiente para construir una novela. Para ello Vila-Matas, desde la necesidad de comprender, se convierte en un cineasta secreto y Dominique Gonzalez-Foerster en una novelista muy activa. Para el escritor, comprender es buscar el misterio en las voces de los demás (en su asimilación, dice). Como Watson, lo suyo es la monstruosa curiosidad, que le lleva a recortar y pegar citaciones (ciertas o no) y construir una obra que prescinde de todo género para convertirse ella misma en un enigma. Si las videoinstalaciones de la artista francesa plantean preguntas, uno debe ir al encuentro de la revelación.

Vila-Matas renuncia a cualquier forma e incluso a cualquier justificación argumental (ese será su propio Marienbad, película… excepto que el suyo es un libro comprensible). Marienbad eléctrico podría ser una novela de detectives en la que no hay víctimas, solo dos personajes reales que se investigan entre sí. Un caso que podría ser el de la habitación vacía, el lugar de creación que invoca a Rimbaud, a menudo presente, y que está presente en una videoinstalación de Dominique Gonzalez-Foerster sobre la que gira el libro: Splendide Hotel.

Con todo esto, lo que nos encontramos nosotros, lectores, es una reflexión sobre la propia escritura, la propia obra de Enrique Vila-Matas. Convertido él mismo en videoinstalación, Marienbad eléctrico es su exposición, la exposición de lo que es su escritura, de qué material está hecha, qué hilos se entretejen, qué libros se extienden formando una alfombra. Como en aquella otra videoinstalación de la artista francesa, tenemos la sensación de que cualquier escritor cambiado de sitio, cualquier cita movida, aun en su aparente azar, ocupa un lugar preciso y a él regresaría. Obra para ser recorrida, interpretada, obra para convertirnos nosotros en el ayudante del ayudante del detective, de nuevo estamos ante uno de esos artefactos sin nombre, sin etiquetas, que arrojan algo de luz sobre la creación. No del universo o del mundo, que es algo muy grande y no nos interesa especialmente, sino sobre el acto de escribir o de crear. Y seguiremos preguntándonos sobre ello.

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