El presentimiento, de Emmanuel Bove (Pasos perdidos) Traducción de Mercedes Noriega Bosch | por Óscar Brox

Emmanuel Bove | El presentimiento

El grueso de la producción literaria de Emmanuel Bove se produjo durante los años previos a la Guerra, mientras se larvaba pacientemente la gran derrota de Europa. La caída de la condición humana y el terror que describirían los campos de concentración y exterminio o las bajezas morales cometidas por la pura supervivencia. Bove, que buscaría una salida a esa pesadilla, se tuvo que conformar con un exilio forzoso a raíz del cual contrajo la enfermedad que acabó con su vida al regresar a París. Y si su novela La trampa filtra (o, mejor dicho, avanza) esa clase de penurias que habría de vivir en carne propia, como otro desplazado más por el gobierno de Vichy, El presentimiento parece en todo momento el retrato de aquella sociedad en descomposición que se preparaba para abrazar fraternalmente al mal absoluto. La misma que confió su destino al Mariscal Pétain y aceptó que por sus calles corriese sangre alemana. La que apenas divisó las alambradas de los campos y observó desde la ventana de enfrente las detenciones. La sociedad, en definitiva, que olvidó cómo hacer el bien.

Charles Benesteau, el protagonista de El presentimiento, decide un buen día iniciar una suerte de exilio interior. Harto del egoísmo de su familia, del entorno, de todas aquellas personas incapaces de llevar a cabo cualquier acción desinteresada. Busca una especie de retiro, una nueva vida, apoyada en sus rentas, que le conceda el tiempo suficiente para escribir un puñado de reflexiones con la mirada puesta, quién sabe, en algún futuro lector. Como un testamento en el cual reflejar que no todos eran demonios, sanguijuelas habituadas a chupar la sangre del prójimo, preocupadas por las cosas más nimias, ajenas al sufrimiento de los demás. Sin embargo, como al Bridet de La trampa, Bove dibuja una imaginaria soga en el cuello de su protagonista que, capítulo a capítulo, le oprime hasta impedirle respirar. El tipo de coerción social que plasma en las habladurías del vecindario, en las reacciones que suscita su comportamiento altruista, en la sensación de que no se puede ser tan bueno. Porque nadie lo es. O porque nadie vive para serlo. Porque se vive, a secas. Y si se vive es, precisamente, porque se evita volcar esa pizca de generosidad en los otros.

La evolución del relato es, a todas luces, perturbadora, en tanto que Bove estrecha el cerco sobre su personaje y narra una caza abierta a un hombre que únicamente anhela la soledad como terapia frente a una sociedad cobarde y egoísta. En la que difícilmente se puede vivir sin repetir los mismos mecanismos que accionan las palancas de la desigualdad y la violencia. Por mucho que esta última sea tan sofisticada como el chismorreo de patio de escalera o la mentira interesada para arruinar la reputación de una persona decente. En ese sentido, El presentimiento plantea hasta qué punto la experiencia de la libertad no es más que una ilusión, una pretensión asfixiada por un comportamiento humano demasiado salvaje. Demasiado pragmático. Un comportamiento que solamente asegura su supervivencia minando la del prójimo. Aunque sea a partir de pequeñas acciones sin importancia, golpes bajos y miradas turbias, destinadas a torpedear el bien. Esas que Benestau finta sin dar mayor crédito, plantando una resistencia pasiva. Más preocupado por cuidar de la hija de los Serrasini en ausencia de su madre. O por hacer algo valioso con su dinero. Algo que, como mínimo, le diferencie de un paisaje que intenta abandonar a marchas forzadas.

Aquella Europa moribunda, en la que la resaca de los locos años 20 y la trágica desaparición del imperio austrohúngaro habían hecho mella, se preparaba para sumergirse hasta el cuello en un tiempo de terror. Acaso más perturbador, en tanto que la Guerra acabaría desembocando en la persecución racial y la disolución de la moral. Resulta tentador ver en El presentimiento una seria advertencia de ese giro que la condición humana emprendería en dirección al abismo. Una especie de sátira tragicómica que el pulso narrativo de Bove transforma en la alegoría del futuro. De un futuro demasiado cercano, que no necesitaba de disfraces ni excesos para revelar su naturaleza diabólica. En la historia de una caza implacable al bien, a la bondad, a las cosas más elementales del ser humano.

El presentimiento es, pues, una de esas obras donde la narrativa cristalina de su autor no escatima palabras para reflejar la desesperante sensación de ver cómo un pueblo oscila cada vez más hacia el mal. En esa clase de realidad microscópica que sirve como campo de pruebas para evaluar el temperamento moral de un tiempo. Que tiene en Charles Benesteau a su héroe y a su víctima, al loco y al realista. Al único que, ante de la deriva que toman los acontecimientos, elige como salida vital el exilio en un discreto apartamento desde el cual dejar que los acontecimientos se sucedan. Por mucho que, inevitablemente, le acaben afectando. Afeando. Destruyendo. Consumido por un entorno asfixiante que, en adelante, solo estará capacitado para hacer el mal. Preludio de un estado de terror en el que el hombre se dejó llevar hacia el abismo. Y la bondad, como tantas otras cosas, desapareció. Melancolía por un tiempo definitivamente perdido.

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