El Japón de los perros (Satori) Traducción de Iván Díaz Sancho y María Lucía Correa Ortiz | por Juan Jiménez García

El Japón de los perros

No deja de ser curioso que mi lectura de El Japón de los perros haya coincidido con la de Corazón de perro, de Mijaíl Bulgákov, clásico perruno de las letras universales. Y aunque algunos relatos son anteriores a él, hay puntos que se comparten y tal vez eso nos dé en alguna medida la clave para entender esa relación entre perros, humanos y, como subconjunto de estos últimos, escritores. Ese juego de vernos a través de los ojos de otro, y que ese otro sea alguien cercano a nosotros. Y qué más cercano a nosotros que los perros (y aquí diremos: los gatos; sí, tal vez, pero estos con como un tipo de aristocracia palaciega… ya sabemos en qué red social los encontraríamos, si pudieran hacer uso de ellas). Con los perros compartimos el sentido de la existencia. Y seguramente también de la tragedia. No podemos negar que una vida de perros nos remite a todo tipo de penurias. Y esto alimenta también nuestro sentido trágico de la vida, que seguramente es el del siglo pasado (sin que este que nos encontramos invite a la alegría). En ese sentido, la estatua se la dedicamos a Hachiko, símbolo bien triste de la fidelidad más allá de la muerte. Y entre todo esto, el libro animalesco más conocido de la literatura japonesa es Soy un gato, de Natsume Soseki. Dados todos los rodeos, habiendo callejeado lo suficiente, vayamos con los once relatos de once autores que nos propone Satori.

Los escritores, como las épocas, son muchos. Conocidos o no. En Un trabajo singular, Kenzaburō Ōe, realiza un cruel retrato de la juventud japonesa de la época, incapaz de responder (la ocupación americana o la guerra de Corea). El trabajo singular es acabar con ciento cincuenta perros que ya no se utilizarán para experimentos médicos. Crueldad por crueldad. Uno de los mejores relatos de la selección. Otro viejo conocido: Ryūnosuke Akutagawa. En Blanco traza, a través de las vicisitudes de un perro que ha cambiado de color (y por lo tanto no es reconocido por sus dueños), una especie de historia sobre la redención, que, como en el caso de Ōe, no deja de ser una crítica a los comportamientos sociales. Clásico, aunque desconocido entre nosotros, es Roan Uchida, que en Historia de un perro construye un pequeño tratado sobre el animal (escrito por el mismo animal) y las relaciones y pretensiones humanas alrededor de su señorita.

En el lado opuesto (por edad) tenemos escritoras como Yukiko Motoya, con un relato tan inquietante como «Los perros», sobre un trabajo en un pueblo perdido en el que los canes no parecen bienvenidos. E inquietante es también (pero con una elevada dosis de humor) El novio era un perro, de Yōko Tawada, que son unos meses en la vida de la profesora Mitsuko Kitamura, que ya era rara de por sí y a la que de repente le sale un extraño amante. Amante del amor y de la limpieza. Uno de los relatos más perturbadores pero sin duda entre los mejores de esta selección. Como perturbador es Perros y muchachos, de Yumiko Kurahashi. El perro se convierte no solo en el hilo conductor de toda estas historias, sino en un interrogante sobre nosotros mismos. Y no deja de ser interesante como predomina ese paso del hombre hacia el perro, mientras que en Bulgákov era del perro hacia el hombre. Claro, que el escritor ruso nos mostraba un mundo irónico mientras que en estos relatos japoneses hay como una necesidad de encontrarse con la naturaleza, con lo primitivo. El Japón de los perros es una gran ocasión de acercarnos a una acertad selección de autores, conocidos o desconocidos en nuestro país, y que nos deja con ganas de más en no pocos de ellos, porque ya no se trata del tema, sino de su calidad literaria.


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