Trieste, de Daša Drndić (Automática) Traducción de Simona Škrabec | por Juan Jiménez García

Daša Drndić | Trieste

La literatura del Holocausto siempre ha sido una literatura interior, una literatura de supervivencia. Incluso es dudoso poder utilizar el término literatura para unos escritos que se agarran a la experiencia desesperadamente, a una experiencia tan terrible que rechaza envoltorios y se quiere despojada. Esto nos ha llevado a menudo a quedarnos en un solo punto, suspendido, terrible: la experiencia de los campos, la experiencia del dolor y la muerte. Y nos ha dejado huérfanos del antes y el después, más allá de unas coordenadas históricas y de unas secuelas que no tendrán final porque no pueden tener final. Cuando entrevistamos a Varujan Vosganian sobre El libro de los susurros, nos comentaba…

Lo más difícil en el mundo es dar nombre a los sufrimientos. La diferencia entre Historia, literatura y cultura es que, en la Historia, el sufrimiento es abstracto. En los libros de Historia los muertos se escriben con muchos ceros. En literatura, el muerto no tiene ceros. Cada muerto tiene su cruz. Cada muerto tiene su nombre. Es muy difícil nombre dar nombre a los datos.

Y ahora, al leer Trieste, de Daša Drndić, esas palabras han vuelto. Porque Trieste, después de todo, es el intento de dar nombre a las personas. A los que estuvieron pero no vieron nada, a los que murieron y a los que les asesinaron. Es intentar recomponer el tiempo que se rompió, la Historia que se quebró. Es juntar los fragmentos rotos, los brazos, piernas, cabezas, cuerpos descompuestos de tantas personas, para intentar devolver una imagen justa. Una imagen justa que es desoladora. Restaurar los colores de una imagen que busca ser olvidada, que fue olvidada.

Haya Tedeschi es el primer nombre. El nombre del que deben de brotar todos los demás. La primera pieza alrededor de la que construir un puzle en el que faltan millones de piezas. Perdidas, enterradas. Haya Tedeschi ha vivido en Trieste. Primero el fascismo y luego, con este desbordado, el nazismo. Aunque judía, su familia abrazó la causa del fascismo, se hicieron carnets, miraron para otro lado y ella incluso se entregó voluntariamente a un alemán, con el que tuvo un hijo. El hijo desapareció. El alemán no era cualquier alemán. En los alrededores de Trieste estaba San Sabba. Una arrocera. Una arrocera que se utilizó como campo de exterminio. Pero nadie sabía nada. Algunos de los más terribles responsables de los campos de exterminio alemanes pasaron por allí. Pero nadie quiso saber nada. En su horno crematorio murieron cerca de cinco mil personas, pero nadie las conocía.

Haya espera. Espera a su hijo. El desaparecido. Han pasado muchos años y recuerda. Recuerda la historia de su familia y su propia historia. Y a partir de ahí Daša Drndić estira y estira. Incansablemente va poniendo juntas palabras y fotografías. Nombres. El libro se parte en dos. En su centro, la lista de los nueve mil judíos asesinados en Italia. Citados uno a uno, como un corazón que hace latir lo anterior y lo posterior. Lo anterior, decía, es la historia de una familia italiana. Lo posterior es el infierno. Y quienes estaban allí para administrar ese infierno. Uno a uno Drndić hará inventario de verdugos y criminales y qué fue de ellos. Pieza a pieza recompondrá los programas de Himmler para una raza aria pura. Palabra a palabra reconstruirá el horror y página a página nos iremos hundiendo en el abismo aterrador.

Trieste es el libro de los nombres, porque cada muerto debe tener su nombre y cada asesino debe ser nombrado. Pero también es el libro de los actos, en el que estos se suceden sin descanso, con una extraordinaria labor de escritura, hasta revelar algo así como una certeza. Una certeza nada amable con el ser humano. Una sensación de que nunca supimos nada porque nunca quisimos saber nada. Y que cuando supimos algo, solo quisimos olvidarlo. Y cuando no logramos olvidarlo, le damos otro sentido. Y entonces necesitamos la escritura. Escribir una y otra vez. Para no olvidar y para encontrar las palabras adecuadas. Para nombrar y hacer un pobre inventario. Para intentarlo. Para intentar creer.

[…]

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