La comedia humana, de Clement Moreau (Sans Soleil) | por Juan Jiménez García

Clement Moreau | La comedia humana

La vida de Joseph Carl Meffert no estaba destinada a ser fácil. Ya solo nacer en 1903 en Alemania era una invitación segura para atravesar todas las catástrofes, cruzar todos los infiernos. Perder la infancia, la juventud y el futuro. Tanto fue así que tras acabar en la cárcel (enviado por su propio padre), en el exilio suizo (enviado por la ascensión del nazismo), acabó en Argentina con todo perdido, incluido su nombre: ahora era Clement Moreau. Pero sus luchas seguían siendo las mismas. También sus derrotas. Ahora Sans Soleil, dentro de su imprescindible colección de silenciosas novelas gráficas (un silencio que grita), nos trae una de sus obras más importantes, La comedia humana (y también, para acabar, Educación asistencial, sobre su paso por el internado).

Publicada originalmente por entregas, La comedia humana son distintas escenas de la ascensión del nacionalsocialismo, de su irrupción brutal. No es una obra sobre la guerra (que queda como una sombra, con algo inevitable) sino apuntes sobre la destrucción de una sociedad a través del individuo. Ya desde las primeras imágenes todo está construido. El nazismo y el tremendo apoyo popular, con toda su parafernalia, enfrentados a aquellos que resistían o buscaban el sentido de las cosas. Pero en esos tiempos de obediencia absoluta a una Alemania apocalíptica, todo era terrible. Aunque lo más terrible fueran los otros, esos ciudadanos entregados, fieles a la voz de amo (que son tantos, en los buenos como en los malos tiempos). La delación, la prisión, las torturas, los suicidios imposibles, la muerte, lo que queda tras esa muerte. La huída.

Moreau se adentró en el mundo de la ilustración de la mano de Kathe Kollwitz y llegó a conocer personalmente a Georges Grosz y John Heartfield. Nada de eso le es ajeno y nada de esto está ausente de La comedia humana. De la primera coge su técnica, su expresividad. Si nos acercamos a la obra de Kollwitz reconoceremos no pocas de las cosas que luego encontraremos en Moreau. Su expresividad, fundamentalmente, esas miradas hundidas, esos rostros agotados de personas más allá de los límites. De Georges Grosz y John Heartfield su compromiso político, el dibujo convertido como arma (pero desprovisto del gusto por la caricatura de los otros dos). De Grosz cogerá también algo sobre lo que algún día se debería escribir un estudio, si no existe ya: las calles, los edificios que como otros fantasmas más, esas figuras en las ventanas, como pequeños momentos de vida. Y luego, Frans Masereel, al que también llegó a conocer y que está por todos lados.

Sin embargo, bajo estas influencias de una novela gráfica que se alimentaba de la obra en común de todos estos creadores, con múltiples vasos comunicantes, en Moreau podemos encontrar como hay un trabajo constante no para ofrecer una obra que responda a unos parámetros determinados, sino que la técnica se va adaptando, a las necesidades expresivas de aquello que nos quiere contar. Así, pasa sin dificultad del grotesco (en especial para representar a la policía, a la Gestapo), a la más expresiva expresividad, con la prisión o la viuda, sin dejar pasar una aproximación a las técnicas cinematográficas (el extraordinario pasaje de la huída, todo intensidad).

La comedia humana es una obra especialmente sombría. ¿Cómo podría ser de otro modo, con los tiempos, con la vida personal de su autor? Cuando la única opción es la huída. Construida blanco sobre negro, esa oscuridad se convierte en la única luz posible. Ni tan siquiera eran los peores tiempos posibles. Solo un prólogo al fin del mundo. Uno de esos tantos finales que ha tenido.

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