Al borde, de Claudine Galea (Continta me tienes) Traducción de Cristina Vinuesa | por Juan Jiménez García

Claudine Galea | Al borde

En el origen, una fotografía. Una fotografía de guerra sin guerra. 21 de mayo de 2004. Un soldado, una soldado, sujeta con una correa a un preso tirado en el suelo, del que apenas si vemos la mitad del cuerpo. Se trata de la prisión de Abu Ghraib y a nuestra cabeza vuelven aquellas imágenes de torturas y degradaciones. Guerras sin guerra, prisiones sin presos. Fantasmas. Claudine Galea es dramaturga. Ve esa imagen. Esa imagen se queda ahí, con ella. La acompaña unos años. Muchos. Escribe Al borde un año después. Una obra para no ser representada, como también fue una obra para no ser publicada. Se niega a hacerlo hasta 2010. No quiere que la obra se instale en el mismo tiempo de las imágenes, de la imagen. Que comparta su polémica, los juicios, la historia. Porque, en realidad, no es eso de lo que ella quiere escribir y, aún años después, lo que quiere escribir será polémico, como si esa imagen solo pudiera conducir a una cosa o a varias, pero nunca a esa. Nunca al deseo. ¿El deseo? ¿Dónde nos encontramos? ¿Somos la soldado (definitivamente, es una joven de veintidós años), el preso, la correa que une soldado y preso? ¿Algo que atraviesa todo eso? La correa se convierte en un elemento central. Ser la correa es ser el lugar en el que se encuentran ambos y todos los sentimientos y sensaciones. Algo que los une, como los dejará unidos, para siempre, esa instantánea.

Claudine Galea transita hacia la relación con su madre desde la relación con las imágenes y con la imagen. Y una frase-misterio. El padre es la prisión. ¿Una escritura que provoca imágenes para hablar de una imagen que nos provoca palabras? En todo momento, el texto está en tránsito, atravesado por corrientes. Al principio esas corrientes son frases breves, tránsitos del exterior hacia el interior y vuelta. ¿Por qué pienso que el preso está olvidado? No es nada. Aparece el deseo, el deseo hacia a ella de la escritora. Un deseo sexual, intenso. La chica se convierte en todas las chicas, el preso en todo aquello que olvidamos una y otra vez. ¿Cómo, si no, podríamos sobrevivir? El hombre me da igual, dice. Solo le interesa ella. Ella, ella, ella. Sin embargo, ella deja lugar a la madre y la escritora se convierte en preso. La correa solo es un medio de transmisión por el que avanzan y retroceden los significados. Recorrido lo que debía ser recorrido, queda algo, una palabra persistente: humillación. Una palabra que lo une todo. Hasta ahora, las palabras saltaban de un punto a otro y a otro más. Ahora, vértigo. Frente a ese vértigo, la escritora escribe para no caer. Dejarse habitar por la imagen.

Sus pensamientos se agolpan ahora en una sola cosa. Un solo párrafo. Leyéndolo me viene a la cabeza una relación improbable, tal vez imposible: Guillaume Apollinaire. Hay. Todo lo que hay. Todo lo que hubo. Las gotas dejan lugar a la la llovizna, la llovizna a la lluvia, la lluvia a la tormenta. La tormenta y sus iluminaciones, terribles. El agua que se lleva las cosas, la suciedad. Pero hace tiempo que la lluvia no nos lava. Hace tiempo que solo llueve barro, y ese barro se queda ahí, con nosotros. Claudine Galea piensa. Piensa, piensa, piensa. Ahora ya puede descolgar la fotografía. Puede que no esté todo dicho, pero ya no importa, porque fue mucho lo escrito. Al final, la imagen toma posesión de la escritora, habita en ella. Se queda ahí hasta que es capaz de responder con las palabras. Pienso en Michel Leiris, pero en realidad estoy pensando en los rituales de posesión en algunas culturas africanas. Me detengo aquí. Tal vez me haya ido hacia territorios que ni tan siquiera existen en Al borde. En un texto final, Cristina Vinuesa, traductora, directora y actriz, fija su relación con la obra. Al final, nuestra relación con el libro es como la relación de su autora con la fotografía. Otro acto de posesión.


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