El mal y el tiempo, de Carlos Fortea (Nocturna) | por Óscar Brox

Carlos Fortea | El mal y el tiempo

En Los jugadores, la anterior novela de Carlos Fortea publicada en Nocturna, nos situábamos en los días previos a la firma del Tratado de Versalles, en un momento de especial vulnerabilidad para una Europa no solo acosada por la Primera Guerra Mundial, sino también por el declive de todos aquellos imperios que la sustentaron durante años. Telón de fondo para una historia de intrigas, decisiones pragmáticas y personajes preocupados por salvaguardar su futuro personal antes que el de unas patrias en estado de descomposición. El mal y el tiempo, en este sentido, significa un cambio de tercio en las ambiciones de Fortea, en tanto que sustituye el escenario histórico por un paisaje más cercano… tal vez, también, más mitificado; el de aquel Madrid recién salido de la Movida en el cuál su autor sigue los pasos de dos parejas. Pasos que, a la postre, le conducirán hasta, casi, el presente. Todo ello, por cierto, hilvanado a través de una trama policiaca y el estudio de personajes que llevará a cabo.

Fortea nos introduce en las vidas de dos parejas, Arturo y Nerea y Mario y Silvia, cuyas vidas cruzadas dibujan, en primera instancia, ese paso inicial difícil hacia la madurez que troca los últimos coletazos del idealismo juvenil en decisiones más o menos firmes dirigidas a encauzar un futuro. Solo que, para Arturo, el futuro parece encaminarse a seguir la sombra de Mario y anhelar el favor de Silvia. Por mucho que todo ello forme parte de su atribulado mundo interior; de esa clase de pensamientos que martillean una y otra vez sin dejar espacio a una respuesta. No en vano, es el personaje del inspector de policía el encargado de resolver el misterio de una relación que comienza a principios de los 90 y culmina en 2012, tras una bala perdida y un vuelco al corazón que acaban con la vida de Arturo.

A partir de ahí, las épocas saltan y las voces (la del narrador y las de los personajes) abren el relato a un vasto mosaico de emociones humanas. Un relato en el que, en esa conjunción que el título nos obliga a relacionar, el mal y el tiempo, Fortea parece explicarnos que ambas son heridas indelebles en el cuerpo de sus personajes. Y quizá, puestos a pensar, peor es el tiempo, en su paso implacable, que ese pragmatismo sin concesiones que lleva a Arturo por la senda de la perdición. Porque con el correr de los años, las heridas, los viejos dolores, se amplifican de tal manera que nada parece remediar la situación. O eso, al menos, es lo que describe ese postrero encuentro con Silvia, un largo diálogo repleto de pausas y de una pregunta que se repite sin obtener respuesta en el que Arturo desnuda todas esas debilidades que, tanto tiempo después, le han convertido en esa persona que nunca creyó llegar a ser.

Como sucedía en su anterior novela, Fortea mantiene esa prosa clara, con personajes bien perfilados y situaciones que, pese a los saltos en el tiempo, siempre nos mantienen en el mismo escenario. No en vano, el autor procede como en una autopsia, escudriñando hasta el último rincón de la vida de Arturo para explicarnos el drama de esa transformación. Los sueños rotos. La vida que no llegó a ser y la que, pese a sus temores, acabó por llegar. De ahí que, pese a su apariencia de relato policial -un género, como el histórico, que le proporciona un andamiaje y unos rasgos estilísticos con los que jugar-, El mal y el tiempo apueste por una reflexión menos coyuntural. Una en la que, precisamente, entra en juego el papel del arte y la cultura. De ese mismo arte que se cifra en los cuadros de Mahera y en las pinturas de una Silvia escondida. Cuyo valor es radicalmente opuesto al de la escalada política que Arturo y Mario emprenden al final de su juventud. Y que, de alguna manera, nos habla de ese temperamento crítico que permanece frente a ese otro, mucho más maleable, que vive a merced de las sacudidas de cada época. Sostenido por un paisaje en permanente transformación. De ahí la importancia que Fortea concede al retrato que pinta Silvia de Arturo; a las diferencias con respecto a los de Mario y Nerea. A ese instante fatal, hijo de los fantasmas del Dorian Grey de Wilde, en el que Arturo observa la pintura para, de una vez, admitir su descomposición moral.

El mal y el tiempo es, en efecto, una historia de vidas cruzadas; un relato policial salpimentado por la historia del principio y el final de una amistad. Por el rencor y la amoralidad en unos tiempos de auténtica miseria humana. Tiempos a los que Carlos Fortea se acerca desde una mirada inquieta, íntima, en busca de esos sentimientos humanos que le permitan iluminar las tinieblas privadas de cada persona. El retrato de cada uno que, en lo más profundo de nosotros, tememos observar.

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