Psicopolítica, de Byung-Chul Han (Herder) Traducción de Alfredo Bergés | por Óscar Brox

Byung-Chul Han | Psicopolítica

El vertiginoso crecimiento del medio digital, tan potente que impide valorar completamente sus consecuencias, ha devenido una de las técnicas de poder más eficaces del capitalismo neoliberal. Parte de la obra que nos ha llegado de Byung-Chul Han, filósofo coreano formado en Alemania, está consagrada a desentrañar, con prosa firme y sin vacilación, esas técnicas de poder. Para el lector de En el enjambre, quizá el ensayo más accesible de Han, cercano a la crítica cultural, el concepto de psicopolítica no resulta desconocido. No en vano, en su radiografía del homo digitalis Han apelaba a esa transición por la que la figura del panóptico controlador cedía su lugar a la cooperación y vigilancia del propio sujeto sin necesidad de coacción. Lo que, en definitiva, conducía a una crisis de libertad. En Psicopolítica, Han indaga en profundidad en ese sistema que utiliza el poder seductor y transforma la expresión libre y la hipercomunicación en un control y vigilancia totales.

Frente al cruce de relaciones que preconizaba el giro digital promovido por, entre otros, Vilém Flusser, Han divisa un exceso de cansancio y velocidad que atrofia el juicio y la decisión; si no nos percatamos, en parte, se debe a las técnicas de seducción que con tanta eficacia ha desarrollado el neoliberalismo. La invención del Big Data, señala Han, es el instrumento más eficiente para adquirir un conocimiento integral de las dinámicas inherentes a la sociedad de la comunicación; intervenir en la psique y condicionarla, hacer pronósticos sobre el comportamiento humano. Frente a la actividad, el medio digital se caracteriza por la pasividad. La reivindicación de la transparencia no es el reflejo de una configuración activa de la comunidad, sino la misma queja que un consumidor puede mostrar ante un servicio que le desagrada. La falta de secretos, de otredad, la apertura ilimitada que el medio digital exige para que fluya la comunicación, son los rasgos que allanan e igualan, que borran la negatividad y desinteriorizan a las personas. Así, bastan unas pocas pinceladas para observar de qué manera el capitalismo neoliberal convierte a la persona en cosa cuantificable, mensurable y controlable. Por tanto, sin libertad.

A medida que trabaja cada uno de sus capítulos, Han se dedica a elaborar las ideas que ha lanzado en su introducción. Por un lado, desmenuzando las entretelas del poder inteligente, que se ajusta a la psique sin necesidad de disciplinarla; ese poder no tematizado ante el que no existe la necesidad de una fuerza que se le oponga. Por el otro, continuando las ideas que Michel Foucault no pudo desarrollar, en las que la biopolítica cede su lugar a la psicopolítica y la disciplina se aparca en favor de la explotación de la libertad. De la seducción, del desnudamiento ininterrumpido y de los fetiches digitales que refuerzan la vigilancia del propio sujeto a través de likes, contenidos compartidos, visibilidad total y provisión de datos privados para el Gran Hermano. Hasta aquí, nada nuevo para el lector de Han. Por eso resulta interesante leer la letra pequeña del ensayo, el trabajo que el pensador coreano pone sobre conceptos como la emoción. Frente al sentimiento, que no se deja explotar por el capitalismo (al ser constatativo y no performativo), este último refuerza las emociones; menos duraderas y efímeras, son recursos para incrementar el rendimiento y la productividad, para estimular y generar necesidades. De esa manera, nos convertimos en máquinas emocionales en un campo de consumo infinito. Pareja a esa emocionalización corre la ludificación del trabajo, el juego como gratificación y compensación que aumenta la productividad. El juego, según Han, favorece el sometimiento más rápido al entramado de dominación (véanse los likes, los amigos y los seguidores, la puntuación de Klout forjada en los entornos digitales). El capital acapara el ocio que posibilitaría una actividad sin finalidad (por tanto, libre) y transforma al hombre en capital.

Han polemiza con Eva Illouz, con la que ya discrepaba en La agonía del Eros, corrige a Negri (frente a la multitude que predica el comunismo romántico, la solitude que dibuja el leviatán digital) y amplía al Foucault que vertió en el cuidado de sí la última fase de su obra intelectual. Todo de manera que la Psicopolítica presente un sistema cerrado con el que, como señalaba Fredric Jameson a propósito del capitalismo, cuesta esbozar un impulso utópico. Ante esa perspectiva, Han propone el idiotismo (el acceso a lo totalmente otro) como un campo inmanente de acontecimientos y singularidades que escapa a toda subjetivización y psicologización; es decir, la clase de impulso que hace posible otro nuevo comienzo para el pensamiento. Como una resistencia a la comunicación ilimitada, como un bloqueo a la circulación de información y de capital. Como una praxis de la libertad que se opone al poder de dominación neoliberal, a la comunicación y vigilancia totales.


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