Desguace americano, de Bonnie Jo Campbell (Dirty Works)  Traducción de Tomás Cobos | por Óscar Brox

Bonnie Jo Campbell | Desguace americano

La América de los desclasados, de los márgenes y los territorios que bordean las grandes ciudades, posee tantas historias que de vez en cuando consigue imponerse al peso de las vidas aceleradas y cosmopolitas de una nación obsesionada por el progreso. Las de Bonnie Jo Campbell son historias de esas otras partes del país, devastadas emocionalmente, que tratan de abrirse camino como buenamente pueden mientras se aclimatan a las duras condiciones de vida que les impone el paisaje. La violencia. La tristeza. La fuerza de unos vínculos familiares que corren por las venas. Desguace americano, que en su título original es American Salvage, nos habla de esa faceta de América con una pizca de compasión. De ternura hacia unos personajes, anclados en su territorio, que comienzan a advertir las dificultades para mantenerse a salvo. Entre cucharadas de desesperación, familias que se desestructuran, rebrotes de violencia y una drogadicción que pocas veces reflejará mejor la necesidad de rellenar un vacío.

Quizá por eso, no deja de resultar elocuente ese primer relato en el que una familia regresa a casa para descubrir que, durante su ausencia, el hogar ha sido vandalizado y ocupado por un puñado de misfits que no tenían dónde caerse muertos. Un hogar que Campbell describe poco a poco, aflojando progresivamente la estupefacción inicial ante el allanamiento para preguntarnos si en verdad no era la familia protagonista la auténtica ocupa. Los extraños que no han calibrado ni tomado la medida a un paisaje que tiene poco o nada de suburbio residencial. Que huele a droga casera, alcohol barato y combustible, a calor humano para apechugar con las dificultades de encontrar un refugio y a desesperación ante lo jodido que resulta tomarle la medida a un lugar así.

La idea no podría estar mejor explicada en el relato más brillante de la colección, la historia de un guardés y sus fallidos intentos por incorporar a su familia en un entorno absolutamente desolador. Hecho de otra pasta. Salvaje. Campbell apenas afloja la violencia del relato, a medida que narra la descomposición familiar y la inevitable atracción de su protagonista hacia un espacio para el que cualquiera no está preparado. En el que todo lo que se encuentra a su alrededor ha muerto o vive al margen de la vida tal y como la conocemos. Con unos códigos y una manera de entender las cosas diferentes a los que traemos importados desde la ciudad. De ahí, pues, la sensación inicial que se fragua a medida que avanza el relato: la soledad, la desaparición, la pérdida de un vínculo tan esencial como la familia que su protagonista tiene que cambiar si quiere estar a buenas con su nuevo paisaje. Con su nuevo hogar.

Se podría decir que la obra de Campbell explora esa idea de frontera, de diferencia cultural, que divide y separa las vidas de los Estados Unidos, como una barrera física, nunca mental, que exige asimismo ese tipo de transición. Como si, de alguna manera, América no hubiese abandonado su naturaleza salvaje, pendenciera e inconformista, que habla de su pasado desde la sangre y la identificación con un territorio. En la que sus protagonistas, gente de pueblos remotos y lugares insignificantes, empeñan todas sus pertenencias para hacernos ver, precisamente, lo que condicionan las raíces profundas sus biografías personales. Lo imposible que es huir de una manera de ser, de una forma de entender, que corre por su torrente sanguíneo. Como los decorados de caravanas, la síntesis casera de metanfetamina, los robos y allanamientos para proporcionarse un cobijo momentáneo o las afinidades electivas que hablan de otras formas de amor, de sexo y compasión.

En este particular desguace, Bonnie Jo Campbell dibuja una América por la que no pasa el tiempo; más bien, la clase de nación que planta cara al futuro para mostrarle los profundos surcos y heridas que la recorren. Los dramas insignificantes, los personajes que van y vienen, las tragedias sin recorrido que nacen y mueren en su lugar de origen. La América salvaje que trata de sobrevivir a base de mordiscos y dentelladas, de soledad y tristeza, que la escritura de Campbell nos traslada con la precisión de una serie de fotografías. Bajo un hálito de desesperación que, sin embargo, no impide sentir la pizca de compasión y dignidad que inspiran unos personajes derrotados. Esos a los que la vida ha pasado por encima. Anclados en un paisaje cada vez más borroso. Terminal. Tal vez, final.

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