Petra Chérie, de Attilio Micheluzzi (Ponent Mon) Traducción de José E. Martínez | por Óscar Brox

Attilio Micheluzzi | Petra Chérie

La Europa de principios del Siglo XX vivió no pocas caídas y derrotas sangrantes -la que puso fin al Imperio Austrohúngaro, quizá, la más dolorosa de todas-, la destrucción de la Guerra y el terror del fascismo. Y, sin embargo, en aquellas primeras décadas todavía quedaba espacio para las aventuras, los coletazos de un romanticismo tardío y un sentido de la vida que las emergentes revoluciones, industriales y sociales, no habían triturado. Attilio Micheluzzi ambientó su obra maestra, Petra Chérie, en aquella época. Entre espías sin identidad, ejércitos y fuerzas de ocupación, movimientos de ajedrez en el tablero geopolítico e intrigas bañadas por la nostalgia de la aventura. Con un personaje principal, Petra de Karlowitz, que reflejaba tras su idiosincrasia las turbulencias de la Europa sumida en la Primera Guerra Mundial. Su complejidad y, sin duda, su aliento final.

Ya desde sus primeras páginas, Petra Chérie sorprende en su estilización y ligereza, en la armonía con la que Micheluzzi plantea la acción en las viñetas, narrando con fluidez las intrigas aventureras de Petra, mientras el trazo preciso de sus dibujos en blanco y negro reflejan con energía el paisaje de una Europa dividida. Francia contra Alemania, Italia y Yugoslavia, Constantinopla y la Rusia de la Revolución de Octubre. La habilidad del dibujante italiano para combinar tramas es pareja a su dominio del relato, a la dulce ironía y autoconsciencia, vía voz del narrador, con la que persigue las desventuras de su heroína de un país a otro, entre líneas amigas y enemigas. A lomos de un aeroplano camuflado o con la ayuda del paternal Nung como fuerza de choque contra las resistencias de los infinitos villanos que pueblan las páginas de la obra. Villanos, ventajistas, hombres o mujeres atrapados en la tela de araña de las luchas intestinas entre países.

A medida que la serie evolucionó, también lo hicieron las inquietudes de Micheluzzi. Europa se descomponía y así lo hacían también las aventuras de Petra, cada vez más enmarañadas y marcadas por un sentido del drama. Por los amores frustrados, la muerte y la sensación de que las aventuras conducían a su protagonista hacia un callejón sin salida. De polizón en un carguero, a las puertas de la Asia ignota o en el corazón de la cruel Yugoslavia que había dejado tras de sí el asesinato de Francisco Fernando. Episodios que el lápiz de Micheluzzi ya no podía capturar con el mismo dinamismo, sí bajo una intensidad dramática menos permeable a la ironía o la nostalgia. Adaptada, en definitiva, al tiempo de supervivencia e inhumanidad al que se vio acostumbrada la vieja Europa. Así también el personaje de Petra.

Como sucediera en otra de las grandes obras del cómic europeo, Adler, todo parece conducir a Petra Chérie hacia aquel macrocosmos brutal que resultó la Rusia revolucionaria, vencida por la euforia de la caída, a sangre y fuego, del zarismo. Si bien la mirada de Micheluzzi es, ante todo, amarga, desdeñosa ante cualquier triunfalismo, pegada al espíritu de supervivencia con el que cada hombre trataba de abrirse paso entre el terror y el acoso del enemigo. De ahí que, pese a la elegancia de sus trazos y la precisa combinación del blanco y el negro, las aventuras de Petra queden heridas de muerte por una época de terror, de violencia y maldad. Por ese tren de la Revolución que se dirige hacia ninguna parte. Sin más rumbo que el de un grupo de hombres y mujeres preocupados por sobrevivir a cualquier precio.

Petra Chérie, a lo largo de sus años de publicación, supuso un hermoso canto a un tiempo en el que Europa comenzaba a olvidar el romanticismo de una vida de aventuras. Y bajo los rasgos de una heroína sin más patria que el valor y el ansia por devorar mundo, Attilio Micheluzzi forjó una obra inolvidable. Fruto de una época en la que la vida era ese sentimiento fugaz atrapado entre una guerra y otra.

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