Mil millones de años hasta el fin del mundo, de Arkadi y Borís Strugatski (Sexto Piso) Traducción de Fernando Otero Macías | por Juan Jiménez García

Arkadi y Borís Strugatski | Mil millones de años hasta el fin del mundo

Si algo aprendimos con la ciencia ficción europea o, mejor, con las películas del género de Tarkovski, es que el futuro lejano es igual al presente, con algo que no acaba de encajar. Podemos decir que fueron los beneficios de la pobreza de medios, que son extensibles a buena parte de todas las artes soviéticas, excepto las oficiales, aquellas que ya uno no recuerda o que fueron tiradas a patadas. De Arkadi y Borís Strugatski, Tarkovski adaptó Stalker. Y es que ambos fueron a la ciencia ficción soviética lo que Tarkovski al cine. Que ya es decir. Y podemos pensar que todo eso se refleja en un libro como Mil millones de años hasta el fin del mundo, que no es ciencia ficción (si es que yo sabría definir esto, que pienso que no) sino más bien una dislocación en el presente. Pero como los soviéticos vivían siempre en el futuro, quién sabe.

El caso es que Dmitri Maliánov, sin saber muy bien cómo, un día se encuentra en mitad de una pesadilla. Y ni tan siquiera es algo personal, producto de alguna indigestión de su época, sino que es algo colectivo, compartido con algunos amigos y nuevos conocidos. Malíánov es astrofísico. Pasa sus días dándole vueltas a las cosas y esas cosas, muy de cuando en cuando, le devuelven algo. Se ha quedado solo en casa. Su mujer y su hijo se han marchado a ver a la madre de esta. Él se entretiene pensando en sus cosas y enfrentándose a su gato. Pero entonces, algo viene a su cabeza. Un descubrimiento genial en su campo. Y entonces, llaman a la puerta. Y ahí es donde su mundo, que acaba de encontrar un sentido, se entrega a un total sinsentido.

Lo que empieza como una de esas maravillosas novelas costumbristas (que en la Unión Soviética tenían algo de imposible), con esos personajes inolvidables que hablan de lo humano y lo divino (que en el pensamiento ruso tienen a confundirse), acaba como un tratado sobre otros mundos y algunas ideas en particular. Uno empieza corriendo detrás de un gato y acaba en no se sabe que planeta y eso es así cada día. Al menos para ellos. Aquellas conversaciones en las cocinas que construyeron unos mundos paralelos, enfrentados a aquellos grises y enmarañados de la burocracia y el aparato del Estado. El vodka como remedio contra todas las cosas, más allá del frío. El hambre también suelta la lengua y más cuando te llega un pedido inesperado (por no haber sido pedido).

Alrededor de la miseria, un grupo de intelectuales y científicos enfrentados a las dudas del presente es capaz de construir una novela disparatada sobre un lejano fin del mundo que no debe ser muy distinto a lo que tienen. La clave de todo está en renunciar a los descubrimientos por una vida tranquila, sin sobresaltos. En la Unión Soviética, dicen, no había que trabajar mucho, por lo que tampoco se esperaba demasiado. Ese es el punto. Arkadi y Borís Strugatski construyen una obra oscura, de un profundo humor negro, que se ríe por no llorar, sobre una época incomprensible, en la que la inmovilidad era la única manera de llegar a viejo. Y no siempre funcionaba. Me pregunto qué lejos estaremos de todo eso. El futuro estaba ahí. O aquí. El futuro, como en la moda, es el pasado, y no dejamos de hacer girar esa rueda como ratones de algún desconocido experimento. Y mientras tanto hacemos lo que podemos. Es decir, vivir.

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