Cuentos completos [1887-1893], de Antón Chéjov (Páginas de espuma) Edición de Paul Viejo | por Juan Jiménez García

Antón Chéjov | Cuentos completos [1887-1893]

Llegamos al año 1887 en ese viaje a través de la narrativa corta de Antón Chéjov, que es prácticamente toda, emprendido hace un par de años por Páginas de Espuma, con edición de Paul Viejo. Hemos dejado atrás los años de formación del escritor ruso (aquellos en los que era un médico escribiendo, las más de las veces, breves relatos humorísticos) y hemos empezado a encontrarnos  con un escritor que es médico (y que, aun obligado por las circunstancias editoriales, empieza a tomar conciencia de ese otro oficio). Este año marcará el punto y aparte de su obra, y ya no solo porque asume que él va a escribir, sino porque decide que él va a escribir como considera que debe escribir. El humor irá dejando lugar a la ironía, la ironía a la melancolía. Ya no se trata de entregar breves esbozos en los que su prosa queda encorsetada, atrapada. Sí, ha aprendido mucho e incluso ha entregado no pocos relatos memorables, pero ahora hay que ir más allá.

Su  producción aún será abundante. Sin embargo, en toda esa abundancia, el tono es distinto. Será un año para intentar cosas, para esbozar aquello que pretende. Un retrato más íntimo, que vaya más allá de la época, de aquellos personajes representativos de un mundo caduco, lleno de rigideces, de grados, de medallas, hasta lo imposible, aunque sigan estando, cómo no, presentes. De lo ejemplar a lo particular. De la caricatura a la acuarela.

Todo esto será El beso, uno de sus relatos más conocidos, en el que un oficial gris y taciturno recibe un beso por error en una cena para oficiales que les ofrece un rico hacendado. Un beso que no sabe de dónde proviene y que, sin embargo, cambiará la monotonía de su vida con una desproporcionada (pero bella) intensidad. Y también Kashtanka, en el que el protagonismo pasa de los humanos a los animales, a través de una perra del mismo nombre que, extraviada, encuentra un nuevo dueño y unas nuevas costumbres que, aunque mejores, no le hacen olvidar su anterior vida.

A partir de 1888 Chéjov quiere escribir menos para escribir mejor o, al menos, para que su escritura pueda encontrar la distancia necesaria. Este año solo escribirá cinco relatos, y entre ellos estará La estepa, una novela corta, sobre el viaje de un niño que se desprende de su infancia para abrazar la incertidumbre lejos de casa. El paisaje, la estepa, es un estado de ánimo, dentro de un retrato coral.

En los años siguientes seguirá insistiendo en esas novelas breves, más allá del relato, del cuento. Una historia aburrida, El duelo, La sala número seis, Relato de un desconocido (leer),… siguen siendo esos atentos retratos personales de unos personajes en el límite de sus existencias, enfrentados, las más de las veces, a unas vidas que, en un momento dado, se revelan incompletas y se ven abocadas al vacio. Su narrativa empieza a esbozar su teatro, y en realidad todo forma parte de un Chéjov más consciente, de la vida como de su propia escritura.

No es extraño que en estos años aparezcan algunos de los motivos de las películas del director turco Nure Bilge Ceylan y, para aquellos que tal vez conozcan al director pero no al escritor, no deja de ser reveladora esa unidad de tono, que le permite integrar relatos dentro de sus películas en una total simbiosis. Mi mujer en Winter sleep, El juez de instrucción en Érase una vez en Anatolia, son ejemplares porque reflejan las inquietudes estéticas de Chéjov, ese nuevo aliento insuflado a su obra, que va más allá del estilo y se traslada también a los temas.

El tercer volumen de los Cuentos completos se convierte así en una obra fascinante. En lo que tiene de evolución chejoviana y en esa persistencia, relato tras relato, de una manera de entender la escritura que sin renunciar a todo lo aprendido (todo lo contrario) crece de una forma natural en busca de su madurez. Esa madurez melancólica, quebradiza, otoñal, como si el escritor afrontase también el otoño de su propia vida, en la que la enfermedad siempre estuvo presente, como una amenaza. Mientras antes escribía para los demás, para esos lectores necesitados de un cierto humor, de una cierta alegría, ahora escribe para él y, tal vez, para un futuro incierto. En buena medida, estos años son los años de su reconciliación consigo mismo, aquellos en los que sus inquietudes y su escritura se alinean. Y nosotros nos sentimos abrumados, frente a tanta belleza, a tantos relatos sorprendentes, a tanta justeza. Algo cercano a la felicidad.

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