La ciencia no respeta nada, de Alphonse Allais (La fuga) Traducción de Laura Fólica | por Óscar Brox

Alphonse Allais | La ciencia no respeta nada

La obra de Alphonse Allais tiene algo de especial. André Breton lo supo ver y no dudó en incluirlo en su Antología del humor negro. Sin embargo, leída esta pequeña selección que publica La fuga bajo el título de La ciencia no respeta nada, nos parece obligatorio añadir algo más. Honrar no solo al autor satírico, de verbo ágil y facilidad para darle la vuelta al calcetín de las convenciones sociales, sino también aplaudir la capacidad de Allais para la imaginación. Para esa inventiva adornada con gracejo y socarronería que, en definitiva, buscaba tontear y burlarse de los moralismos de su tiempo. Más que en Verne, uno cree ver en el autor la misma chispa que destacaba en una obra tan imaginativa como la de Méliès; en especial, por su ingeniosa habilidad para plantearle al espectador de la época la posibilidad de alcanzar la luna propulsados por un cañonazo desde la tierra. Con esa clase de simplicidad que, de tan poco científica, servía para allanar los trillados caminos de la ciencia.

Algo así se podría decir de los textos de Allais, que jugaban habitualmente con la sorpresa ante algunos de los hallazgos tecnológicos más punteros. Basta leer sus carcajadas al explicar la historia de ese coche sin caballos (o con otro tipo de caballos, desde luego no los animales) aparentemente propulsado por un perro. O su endiablada velocidad para urdir silogismos e inferencias que aboguen por la destrucción masiva de cafés para así acabar con el vicio de la bebida… porque todos sabemos que un café lleva a un brandy y, a partir de ahí, a la inevitable embriaguez entre compañeros de copas. La cuestión es que a Allais le sirve cualquier cosa para sacar de quicio las bobadas de la sociedad de su tiempo. Los clichés, los vicios pequeños y absurdamente inconfesables, los ingenios que, no obstante, en poco o nada contribuyen a la hora de hacer avanzar a la ciencia.

La cuestión es saber cómo guardar las apariencias frente a los demás. Una reforma integral del mobiliario doméstico por otro de bello ébano siempre amortiguará un desliz con un criado haitiano cuyo resultado final es un hermoso bebé mestizo (¡horror!¡qué dirían los vecinos!). Si uno está empeñado en que su perro negro tiene un pelaje de un blanco inmaculado, pues una pócima que combine con destreza una mezcla de elementos químicos sin duda lo proporcionará… aunque lo suyo sea una confusión entre lo blanco y lo negro. Y así otras tantas barrabasadas y chascarrillos que Allais trata como si pasase consulta a nuestras neurastenias. Con la gracia justa para provocar la risa y el estilo medido para reclamar ese algo más al que hacíamos referencia al principio del texto: el del talento para levantar la alfombra de la época y enseñarnos, desde la sátira, sus numerosísimas inconsistencias. Todo eso que la ciencia, bajo su fachada de objetividad, no respeta porque desbarata con el peso de la prueba. Pura heurística. Ensayo y error.

Allais se movió en vida alrededor del círculo de Le chat noir, en esa revista que tan pronto podía tener a Maupassant o Hugo en su nómina de colaboradores como a Paul Verlaine o simbolistas como Jean Lorrain. Y, más allá del posterior influjo de Breton, que a veces veía surrealismo en todas partes y en todos los autores, es innegable que su inventiva estuvo presente en la obra de Queneau o Vian. En especial, como apreciará el lector de La ciencia no respeta nada, por su soltura a la hora de jugar con los límites y aspiraciones del texto breve; del panfleto satírico y la crónica humorística que tan poca seriedad levantaba entre los círculos intelectuales eruditos. Pobres de ellos, que no reparaban en que detrás de la broma, fina o gruesa, se escondía el verdadero trabajo de elaboración literaria. El destilado de palabras, retruécanos, inferencias y silogismos que hacía del humor ciencia, y viceversa. De ahí que esta recuperación, otra más en la nómina de La Fuga, suponga un valioso testamento de una época en la que la literatura satírica bullía de creatividad.


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