La habitación de las ahogadas, de Álex Portero (Harpo)  | por Dara Scully

Alex Portero | La habitación de las ahogadas

Escucha el grito: son las mujeres que cantan. Su voz procede de la espesura. De la profundidad de la tierra, doliente, virgen. Tienen el cabello enmarañado de la bestia. La mirada feroz de quien habita en los márgenes. Un renglón torcido, su canto; una mirada lúcida. Escucha, digo. ¿Sientes el temblor que nos sacude? ¿Sientes cómo se alza, la voz, cómo brota como un río, limpia de ternura y miedo? Un desgarro en la garganta. Un reclamo: esta tierra nos pertenece.

Caminamos junto a las mujeres primigenias. Una mitología hermosa y brutal se extiende ante nuestros ojos. La voz se nos afila; el gesto, alerta, se ensancha. Hemos tomado sus manos. Las diosas nos enseñan antiguos ritos, trazan un mapa sobre la arena húmeda. Aquí ardieron las brujas. Aquí nos arrancaron los ojos. Aquí nuestros cuerpos fueron escombros y ceniza. Un cementerio de huesos. La herida abierta a través de los siglos: nuestra frente, blanca, expuesta a la brutalidad de los hombres.

¿Puedes oírlo? El grito es un aguijón que me atraviesa. Hay una mujer doliente, un amasijo de carne que se levanta. No me doblegaréis, repite. Al final, mis dientes encontrarán la sangre. Mi cuerpo será templo: un jardín exuberante. No podréis negar nuestro murmullo. No podréis negar a las negadas, a las mujeres locas, a las valientes, a la que fue parida en la maleza. Llevamos sobre la piel los designios de los dioses. La vida nos ha reclamado: si nos negáis el paso, nuestra lanza os atravesará el pecho.

La habitación de las ahogadas es una mujer que sobrevive. Es un canto sostenido, ronco, de una humanidad apabullante. Una mujer que dice: existo. Existe mi carne abierta, mis huesos cenicientos, mis labios que se abren. Existo aunque me borres de los libros. Aunque tu espada me cercene la garganta. Soy todas las mujeres anteriores: en mi piel confluyen sus huellas, su sabiduría, la santidad de sus ritos. Sus voces me sobrevuelan. Mira mis manos: con ellas sostengo a mis hermanas. Con ellas desentierro a los insectos que empezarán la plaga. Limpiaremos el mundo de la podredumbre; el horizonte, claro, se plegará hasta el borde mismo de nuestros vestidos. Cabalgaremos a lomos de la bestia; los lobos, dóciles, nos secarán el llanto. Nos lamerán cada pequeña herida, el corte abierto del desprecio. Porque hemos aprendido de la paciencia. Hemos aprendido del lodo y del lamento: la destrucción nos alimenta. Sacia nuestra voracidad. ¿Puedes oírnos? Gritamos para que nadie nos olvide. Gritamos para traer la luz a la tiniebla.

He sido sacudida por esta mujer que habla. También yo he tomado las manos de la hembra; también yo hago genealogía. Respondo a la llamada de las diosas. Respondo al desgarro de la voz, acuno entre mis manos la palabra. Quisiera bendecir tu nacimiento. Decirte: camina al fin por la llanura. Que tus pies sanen de sus llagas; que nunca más te hieran los bordes. Que nadie entierre tu existencia, pues existes amplificada, bella como una multitud de flores, lechosa y virgen, de una pureza extraordinaria. Has nacido para la grandeza, y yo, pequeña, tierna, digo: te celebro bajo la luz celeste de la luna.

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Mi madre fue a parirme entre zarzas para que las dos sangráramos, ni los depredadores quisieron verlo, ella y yo, desnudas, recorriendo juntas el pasaje de la punzada, sincronizando el llanto de todas las mujeres en una tonalidad roja, desdeñando la piedad y reclamando nuestro legítimo lugar en la tormenta.

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[…] cúbreme con la última pieza que no hayan devorado las polillas y devuélveme la dignidad a destiempo, cuando no la necesites, cuando la lluvia se esconda entre los muertos.

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Temo seguir esperando la fiebre de la crisálida,
cruzarme con sus vientos
y que nunca lleguemos a encontrarnos.

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[…] Escribo para detallar minuciosamente el dolor que me ha traído hasta aquí. Escribo para trazar la cartografía de mi desamparo. Escribo para remover la tierra y plantar semillas de esperanza donde solo parece haber un baldío. Escribo para darme forma. Escribo para darme un nombre. Escribo para no olvidar quién soy. Escribo para dar sentido al sufrimiento. Escribo para tener la última palabra. Y la primera.

Escribo para que nunca vuelvan a tocarme.

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