Valencia, 8 de agosto de 2012

Hola, Manu.

En tu carta pones sobre la mesa temas muy interesantes, así que voy a intentar responder a cada uno. Con el paso del tiempo, la ansiedad de los jóvenes críticos por ser tomados en serio ha cambiado de forma. Ahora esa necesidad de diálogo se traduce en que muchos de esos jóvenes críticos no solo trabajan junto a los veteranos, sino que también han cuajado sus propias revistas. La diferencia estriba en que la relación con los veteranos -o con las revistas en papel y los medios de prensa- es más independiente, no va tan a la contra (no llama tanto la atención) porque, en todo caso, busca integrarse e identificarse como otro miembro más. En este sentido, el diálogo y la colaboración son más bien una llamada a zanjar cierta tendencia a mantener dicotomías, bastante trasnochadas, entre buenos y malos. A veces, la sensación es que cada revista hace su propia guerra o se refugia en su gueto, y con esos movimientos se pierde la oportunidad de, precisamente, transmitir el apasionamiento que ponemos en nuestro trabajo, sea desde una perspectiva crítica -nadie le hace ascos a una buena discusión- o desde la editorial.

Como te decía, las ventajas de los nuevos formatos deberían aprovecharse para, ante todo, fomentar proyectos de colaboración, porque todo diálogo debe en algún momento concretarse en una acción, en un objetivo. Por poner ejemplos, me parecería muy interesante que se diese una relación más fluida entre revistas y entre críticos, que llevásemos a cabo un esfuerzo colectivo por ofrecer una imagen más cohesionada, menos disgregada/enfrentada. Asimismo, deberíamos trabajar por fomentar esa cualidad estimulante de la escritura que señalabas al referirte a los textos de Möller o Hüber. En otras palabras, creo que el debate no está tanto en la identidad del crítico sino en el valor y los usos de la crítica. Por eso hice más hincapié en el papel que jugamos en el ámbito cultural. Si apelo a mi experiencia -y teniendo en cuenta que entiendo la escritura como algo más personal o literario-, me doy por satisfecho si con uno de mis textos consigo despertar alguna idea, duda o discusión. Tal vez no pensara en un lector concreto, pero me hace sentir que ha servido para algo, que no se va a perder en el océano de Internet. Lógicamente, mi faceta de editor mantiene el mismo compromiso, a pesar de las peculiaridades de Détour. Mi objetivo es que, publiquemos un texto sobre Daikichi Amano o sobre Assayas, cada artículo invite al diálogo, a la participación con los lectores, porque es la base para que el proyecto funcione, al margen de acumular textos número a número.

Como lector siempre he funcionado por curiosidad e intuición, y eso me ha llevado a descubrir cosas a las que de una forma más ordenada probablemente no habría accedido. Por eso, sea en este o en cualquier otro diálogo, lo que me interesa recalcar es la necesidad de compartir, de ofrecer, de facilitar un punto de encuentro que, de alguna forma, enriquezca nuestra manera de ver las cosas. No hace mucho, con motivo del día del libro, en mi biblioteca se organizó una lectura pública de un clásico, que para mi sorpresa congregó a un buen número de personas con ganas de leer un párrafo en público. Este tipo de situaciones me recuerdan que nunca hay que perder la confianza o el interés en los lectores/espectadores, de ahí mi insistencia en fortalecer la relación que mantenemos con los lectores. Demasiado a menudo tenemos la sensación de que la crítica o la escritura son productos clasistas o de consumo rápido, según la franja de lectores a los que te diriges. Pero mi impresión es que esas sensaciones se sostienen en la indiferencia con que, de un tiempo a esta parte, miramos al lector. En breve, creo que nos haría falta un ejercicio similar al de esa lectura pública que describía para reenganchar el interés, la curiosidad y el feedback.

Todo este argumento se reduce a que hay que poner en contacto el valor de lo que escribimos con los lectores, no por ego sino por la propia supervivencia del medio. Cuando voy a una retrospectiva de Jan Švankmajer en la Filmoteca y veo la sala llena, lo que siento es que no hay motivo para bajar los brazos, sino para escarbar más y más en busca de ese público al que no hemos encontrado pero que está ahí. Y cuando pienso en La mirada americana me pregunto si resulta descabellado pretender que una escritura tan personal como la de Farber pueda ser leída y apreciada por un target ligeramente diferente al que está destinado en principio. En suma, ¿realmente estamos utilizando toda nuestra pasión y curiosidad a la hora de transmitir nuestro trabajo? Esa es la pregunta que me hago y que impulsa, con todos sus defectos y equivocaciones, a un proyecto como Détour. Pero, y aquí voy a concluir mi intervención, lo que más me preocupa es saber que en efecto no es algo descabellado pensar que existe tanto público respetuoso ante una película de Tsai como reflexiones serias y de valor sobre Battleship. Solo hay que buscarlo, plantear actividades, diálogos, invitaciones y debates que nos acerquen, y reconectar con una parte de nuestra cultura que ni la crisis ni la indiferencia ni el empobrecimiento intelectual han demolido.

Un gran abrazo,

Óscar


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