Sant Cugat, 25 de julio de 2012

Hola Óscar,

En cuanto a tu pregunta sobre el impulso inicial que motivó la edición de La mirada americana. 50 años de Film Comment, diría que fue una mezcla de azar, temeridad, mitomanía y ambición. Todo empezó durante una reunión con Gavin Smith, el editor actual de Film Comment. Era nuestro segundo encuentro en Nueva York, en la Film Society of the Lincoln Center. Tras varias horas charlando, no encontrábamos la manera de que yo pudiese colaborar con ellos de alguna manera, aprovechando que iba a pasar medio año en la Gran Manzana. Estábamos sentados en su despacho cuando me percaté de que en una de las estanterías, de metro y medio de ancho, tenía todos los números de la revista desde 1962. Se me ocurrió preguntarle si alguien se había propuesto revisar todo ese material con una perspectiva crítica, “compiladora”. Me contestó que no. En realidad, mi hipótesis es que, en ese momento, pensó que nadie había sido tan friki como para hacer toda esa investigación por amor al arte. Así, terminamos acordando que me cederían un espacio para poder realizar esa research, que se extendió a lo largo de unos cuatro meses.

Antes he mencionado mi tendencia a mitificar a mis ídolos. Y diría que la mitomanía surge en cierta medida del desconocimiento: es difícil seguir idealizando a una persona cuando ya la conoces en profundidad. En este sentido, a pesar de que estaba relativamente familiarizado con los últimos años de Film Comment, la revista (como iría descubriendo día a día) era una gran desconocida para mí, aun cuando había tenido un papel crucial en mi tardía inmersión en la crítica de cine. Me explico. A mediados de la década pasada, gracias a Film Comment y a publicaciones como Senses of Cinema, Cinema-Scope o El amante (además del libro Movie Mutations), pude leer y aprender acerca de un cine “invisible” que tenía vampirizada mi cinefilia: Hou Hsiao-hsien, Olivier Assayas, Claire Denis, Tsai Ming-liang, Naomi Kawase y tantos otros. Sin embargo, no sabía prácticamente nada acerca de las cuatro primeras décadas de Film Comment, un periodo de la crítica norteamericana que incluía su supuesta “edad dorada” (los 70); para mí, casi un agujero negro. Había leído parte de The American Cinema de Andrew Sarris, alguna cosa de Bordwell, el maravilloso libro sobre Howard Hawks de Robin Word (que en realidad es británico) y algunos textos antiguos de Jonathan Rosenbaum, pero poco más. “Asaltar” los archivos de Film Comment me parecía una gran oportunidad para el rastreo de revelaciones críticas; mi curiosidad palpitaba al borde del ataque de nervios.

Además, pensaba que si conseguía convertir el proyecto en un libro podía cubrir un territorio bastante despoblado del panorama editorial cinematográfico español. Aunque, en todo caso, debo decir que la publicación de este libro tiene poco o nada que ver con una maniobra “editorial”. La mirada americana existe gracias al trabajo que realicé por mi cuenta en Nueva York y al afortunado encuentro con la gente del Festival de Las Palmas, en particular Antonio Weinrichter y Luis Miranda. Ellos decidieron apostar por el libro y, consecuentemente, fue editado por T&B gracias al acuerdo que tiene la editorial con el festival. Por esta razón y por mi desconocimiento de la realidad del panorama editorial, no sabría decirte si el libro puede llegar a inspirar alguna nueva edición. Lo cierto es que hay mucho por hacer y descubrir, aunque al mismo tiempo, como ya apunto en mi introducción de La mirada americana, tengo la impresión de que las ediciones en papel van a ir asumiendo poco a poco su condición de reliquias. De hecho, siendo optimista, pienso que un libro como La mirada americana tendrá poco sentido dentro de unos años. Y digo optimista porque imagino un futuro en el que se podrán consultar on-line todos los números de Film Comment. Aunque lo que roza la utopía es imaginar que en unos pocos años cualquier lector español podrá comprender de forma plena artículos de alto nivel intelectual escritos en inglés. En este sentido, pienso que el exigente y detallista trabajo de traducción que dedicamos a La mirada americana sigue teniendo sentido.

Por otra parte, de las cuestiones que me planteas en tu carta, me interesa de forma particular la idea de que el crítico (a secas) ha ido perdiendo la potestad de erigirse en faro cultural. Y sí, yo también tengo la impresión de que en la era de Internet y las redes sociales los que han salido ganando son los “gestores” del conocimiento, lo que tú llamas “intermediarios”. Es algo parecido a lo que pasó en los 90 en el cine con la emergencia de cineastas-DJ como Tarantino o Baz Luhrmann, que hicieron del pastiche posmoderno un arte. Con ánimo de polemizar, diría que vivimos en la era de la cita (a ser posible, de menos de 140 caracteres). Un panorama que parece favorecer a los extremos. Así, por un lado, tendríamos a los “gestores” que hacen de la ordenación y jerarquización de hipervínculos su profesión. En esta categoría, el rey podría ser una persona como David Hudson, cuyos posts para Keyframe Daily —y antes para Greencine Daily y Mubi—, siempre cargados de suculentos links, se erigen en cartas de navegación ideales para el cinéfilo con criterio. Luego, en el otro extremo, tendríamos los proyectos críticos más “específicos”: revistas con una política muy marcada o de un perfil semiacadémico. Aquí pienso en una web como La Furia Umana o una revista como Lumière.

Y luego estamos los demás; la mayoría, en realidad: cinéfilos y críticos que vamos a la deriva por la red intentando construir un discurso propio. Ilusiona pensar que hay ejemplos triunfales de críticos todoterreno que dominan el lenguaje de la red y lo incorporan a su discurso sin perder un ápice de claridad: Jordi Costa nos demuestra que es posible. En mi caso, me declaro un tanto perdido. La vorágine de las redes sociales y la proliferación de publicaciones on-line de gran rigor analítico y literario a veces me sumen en la parálisis (o en la producción compulsiva de tuits, como me lleva ocurriendo durante la última semana, desde que me incorporé a Twitter). De hecho, puede que de forma inconsciente la idea de dedicar un año y medio de mi vida a la edición de un libro (La mirada americana) fuera una forma de escapar de la volatilidad de la red y el pensamiento contemporáneo: una forma de concentrarme en algo “específico”.

En el momento actual, según mi experiencia particular, la “democratización de contenidos” se ha convertido en un sinónimo de “dispersión”, de una incapacidad de asimilación: los links a textos sugerentes y video-ensayos prometedores se acumulan en mi lista de bookmarks como en un tétrico corredor de la muerte intelectual. Además, me siento casi un retrógrado al aceptar que, cuando me interesa consultar una opinión “fiable” acerca de una película, no pongo el título en Google y navego al azar, sino que tanteo los buscadores de Film Comment, The Village Voice, Sight & Sound, Senses of Cinema… En fin, que me siento un antiguo.

Para terminar, me gustaría preguntarte, tú que trabajas como editor de una revista —yo siempre me he considerado un crítico a secas, lo de la edición de La mirada americana fue una excepción— ¿cómo te enfrentas a la diversidad de gustos, intereses, estilos y modelos de escritura que pueden confluir en el staff de tu revista? ¿Nunca has tenido la tentación de potenciar una única vía de pensamiento: tener una “línea/política dura”? A nivel personal, cada vez me interesa más la diversidad, el cruce de miradas y estilos dispares, algo que encarna casi a la perfección Film Comment. ¿Pero cómo gestionar esa diversidad y no perder el rumbo y la noción de identidad? Entiendo que a la hora de editar una revista debe existir un elemento cohesionador, algo que evite que el índice de cada número acabe convertido en una página de Twitter plagada de links interesantes. ¿O quizás es ese el futuro?

Manu


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