Escrito sobre negro, de Martín Olmos (Pepitas de calabaza) | por Juan Jiménez García

Martín Olmos | Escrito en negro

Desde que el hombre fue hombre y se pudo poner en pie, una de sus principales preocupaciones fue cómo acabar con algún que otro semejante. Podemos escudarnos en que es simplemente nuestro instinto animal, pero más que instinto, si nos atenemos a libro de Martín Olmos que nos trae Pepitas de calabaza, es vocación. Esa sensación de que los medios de destrucción siempre avanzaron más deprisa que los medios de construcción, y además, como señala acertadamente su autor, no nos confundamos, no hace falta ser un genio para matar a otro. Es más, cualquier idiota vale. De hecho de eso está llena la historia universal de la eliminación física del otro: de idiotas.

Así, Escrito en negro se convertirá en un fabuloso (monstruoso) catálogo de asesinos. Asesinos y asesinatos. Pero no una simple sucesión de monstruosidades, sino un irónico viaje por la estupidez humana. Martín Olmos se entrega a un hipnótico ejercicio de escritura. Como si entendiera que un criminal no es nada sacado de su entorno (que no de su medio social), que no es nada alejado de su paisaje, de ese escenario que aparece rodeándole en las fotografías de época, el escritor reconstruye algo que también forma parte de esa escenografía del crimen: el lenguaje. En un trabajo de orfebre entregado, cada asesino tendrá su propia lengua. Su idioma.

Una vez establecidas las reglas del juego, solo hay que dejar saltar al campo a esta selección de desgraciados, entre los que no todos fueron asesinos. Incluso contamos, en un emocionado homenaje, con una víctima, la ramera Polly Nichols, a la que Jack el destripador fijó a puñaladas en el devenir de la historia, honrándola con un primer lugar, primer número de una sucesión. No todos son asesinos, y los asesinos también lo son en distinta manera, porque en este mundo el clasismo existe desde siempre. Así, tenemos a asesinos que no mataron a nadie, pero después de todo mataron a muchos: en papel. James Ellroy, por ejemplo. Luego los que mataron a uno o una y de mala manera. Y los que enviaban a los demás a matar, como ese hombre hecho a retales, que se llamaba José Millán Astray y que, entre otras cosas, fundó la legión, que tanto nos ameniza los desfiles militares. También el general Leopoldo Galtieri, que le dio por jugar a la guerra con una señora que vivía en el quinto pino pero tenía una isla que le interesaba, porque le servía de alfombra esconde miserias. La señora era Margaret Thatcher, que, pese a los mejores deseos de Morrissey, no murió guillotinada, pero que condujo a alguno que otro a perder la cabeza y el resto del cuerpo por su voluntad. A gran escala, tenemos al enano Paquito y al chulo Benito, cada uno en su país y con sus posibles, con la excepción que uno murió en la cama y otro en circunstancias nada favorables. Ah, y en el otro lado el ring, el padrecito Stalin. En el campo opuesto (es decir, todos contra uno) tenemos a la masa de asesinos linchadores, americanos en este caso.

Lo cierto es que uno tiende a relacionar el crimen con personajes solitarios, muy suyos, y claro, de esos tenemos unos cuantos, desde nuestros quinquis nacionales, elevados a los altares por el cine y la canciones de Los Chichos, hasta póngase uno de esos nombres que todos tenemos en la cabeza (hay tantos…). Tenemos nacionales (la dulce Neus, Monchito,…), históricos (Al Capone,…), aburridos (tipo Crimen y castigo, versión siglo XX),… Y ni tan siquiera necesitamos que sea un crimen para morir asesinado (aunque sea por uno mismo): Yukio Mishima, Urtain,… Es más, ni tan siquiera tienen que ser unos pobres desgraciados: tenemos al pésimo Guillermo Tell de William Burroughs o la mano demasiado larga y suelta de Norman Mailer. Ah, y El Lute, ese pionero del “derecho al olvido”, tan de moda a fecha de hoy.

En fin, el catálogo es aún más amplio. El tema da para llenar unos cuantos libros, pero de momento Martín Olmos solo ha completado uno, eso sí, excelente. Irónico catálogo de brutalidades y condiciones humanas (lo de humanas es un decir), juguetón tratado-museo de los horrores, novela negra por entregas, por capas. Paisaje sonoro-idiomático de nuestras miserias, sucia historia de la humanidad, comedia de peligrosas costumbres. Obra para teatro de marionetas. Dirige Antonin Artaud.


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