Saga, de Tonino Benacquista (Lengua de Trapo) Traducción de María Teresa Gallego Urrutia | por Juan Jiménez García

Tonino Benacquista | Saga

Si algo ha demostrado sobradamente en sus múltiples facetas Tonino Benacquista es que se las sabe todas. O al menos, todo lo necesario para construir una novela trepidante al ritmo de un puñado de desgraciados sin ambiciones pero con sueños. Al menos eso en lo que he leído hasta ahora, que es algo. Saga, en ese sentido, sería la máxima expresión de todo, como un Tonino dividido en cuatro para luego poder multiplicar mejor. Qué digo multiplicar… ¡elevar a la enésima potencia! Para ello se instala en un terreno propicio. Porque trata de guionistas (y él lo es) y porque se mete en un maravilloso terreno para destruirlo todo a golpes de humor: la televisión.

Cojamos a cuatro escritores fracasados: un viejo guionista en horas bajas, un joven guionista sin experiencia, un guionista al que le robaron su obra para hacer un blockbuster hollywoodiano que ha dado mucho dinero y una escritora de novelas rosa y un puñado de seudónimos, joven, guapa, pero caída en desgracia frente al editor-amante-chulo. Nadie espera nada de ellos, y cuando los llama el director de una importante cadena para que cubran con una serie las horas muertas de la madrugada (y la cuota de pantalla) es eso lo que les piden: nada. Es decir, cualquier cosa.

No es fácil escribir cualquier cosa. Es más. Es endiabladamente complicado. El hombre no está acostumbrado a la libertad, esa cosa que siempre estamos pidiendo pero que no sabemos muy bien cómo funciona. De modo que todo está al menos en cogerse una estructura conocida. Dos familias que son vecinas, mujer e hijos, padre e hijos. Belacquista escribió esto en el 97, y ya daba risa ver que ese era el argumento. En el 2014 aún podemos seguir riéndonos. O el espectador no ha ido muy lejos en sus ambiciones o los guionistas nunca dieron mucho de sí. Vamos a tachar las dos casillas, por si acaso.

El caso es que bajo esa estructura y cada uno con sus manías, se dedican a hacer lo que les han pedido, y el resultado es una colección de personajes delirantes, que hacen cosas delirantes y de los que solo se cabe esperar eso: el delirio. El caso es que como hay gente para todo, eso sí, la serie encuentra su público, ya sea en abuelos insomnes, noctámbulos (obligados o no) y demás, y el rumor se extiende. Saga, que ese es el nombre también de la emisión, está más próxima de la realidad que todo lo visto con anterioridad. Y es que es más fácil encontrarse con un monstruo a la puerta de casa que con uno de esos vecinos que supuestamente tenemos todos, según se empeñan en decirnos las televisiones, con una convicción y homogeneidad notables.

Así, ocurre lo increíble. El sueño americano versión televisión. La magia. La audiencia sube y sube, va cambiado de hora, ve amanecer, luego se acerca a la hora de las comidas, luego al prime time nocturno. Saga ya es una serie histórica. Lo más grande nunca visto, un fenómeno sociológico para estudiar en universidades de verano, en sesudas tertulias telecinqueras. ¿Y nuestros guionistas? Esos hombrecillos sacados del cubo de basura con el único objetivo de realizar algo barato, nulo, cero a la izquierda. Pues cada uno se enfrenta a sus propias circunstancias, desde la venganza a la vuelta a una grandeza perdida. Hasta que descubren que pese a todo siguen sin ser nadie. Ahora bien, cuando durante unos días, unos meses, has logrado creértelo, ¿dejarás que te vuelvan a ningunear sin ofrecer resistencia? La respuesta es no. No, claro que no. Quedará un último saludo en el escenario.

Saga suponía un cambio de registro en Tonino Benacquista (eso dicen las crónicas). Un abandono de la novela negra (género que frecuentó, como poco, de una forma muy peculiar). Pero en realidad no se ha ido muy lejos. Dibujo animado de una sociedad a través de sus márgenes humanos (esos marginados, excluidos, devorados), ofrece de nuevo una retrato mucho más preciso del que sería una crónica desde el interior de esos otros seres inhumanos. A Benacquista le gusta confrontar la prosaica realidad de nuestros días a aquellos que no acaban de entenderse ni de entenderla. Cruzados inesperadamente con ella, sus personajes responden con una mezcla de inocencia, ignorancia y dejarse llevar. Metidos en los engranajes del sistema, piezas raras como son, solo pueden acabar estropeando la maquinaria. Para nuestro gozo.


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