Crimen en Compostela, de Carlos G. Reigosa (Akal) | por Juan Jiménez García

Carlos G. Reigosa | Crimen en Compostela

La amplitud del género negro es seguramente infinita. En estos últimos tiempos hemos visto cómo aquello que consideramos como parte de él se amplía, desborda los límites, se amalgama con otros géneros, con otras experiencias, otros propósitos. El concepto “últimos tiempos”, claro, abarca ya no pocos años. Entre las uniones más extrañas a las que hemos asistido podríamos hacer un lugar a este Crimen en Compostela que ahora edita Akal en su imprescindible colección “Serie negra”.

El paisaje urbano ha ocupado a menudo un lugar importante en buena parte del noir, al punto que no pocos escritores están unidos a una ciudad a través de la relación que sus protagonistas mantienen con ella (Sciascia y Camillieri con Sicilia, Vázquez Montalbán con Barcelona, Izzo con Marsella, Himes con Harlem, etcétera). El lugar se convierte no en un mero decorado, sino que es parte sustantiva. En esa línea, lo realmente sorprendente de Crimen en Compostela no es la presencia de la ciudad, sino cómo esta tiene la misma importancia que la propia trama. Así, estamos ante un libro que tiene dos protagonistas: Santiago de Compostela y el detective Nivardo Castro. Es más: los tiene por este orden.

Nivardo Castro es llamado por su amigo, el periodista Carlos Conde, para que investigue la muerte de un empresario de la ciudad. La interesada es su amante, casada con otro empresario importante y exsocio del anterior, del que sospecha. Para nuestro detective ya no es solo un caso más, sino también el regreso a sus orígenes, tras un largo camino de aprendizaje. Y en ese regreso se encontrará atrapado entre las santas piedras de aquella ciudad, moviéndose entre la clase alta, la clase intelectual y la clase baja, que en un sitio después de todo tan pequeño, tienden a confundirse o, al menos, a entrecruzarse con una cierta facilidad.

A una trama clásica de novela negra, Carlos G. Reigosa le da otro tipo de espesura. Podríamos decir que estamos entre un estudio de la ciudad, sus símbolos, sus construcciones (con pasajes de un detalle enciclopédico), enfrentado a la experiencia personal de un hombre que vuelve (pero ¿adónde?), y que entre todo eso, entre la solemnidad y el extravío, hay un espacio para el crimen. Que el caso no sea especialmente enrevesado de resolver, seguramente nos devuelve la verdadera intención del escritor: enfrentar al hombre con la ciudad. Con una ciudad inmutable, inalterada durante siglos, y en la que, a semejanza de ella, las personas se han quedado petrificadas, reducidas a unas vidas después de todo nada apasionantes, instaladas en el pasado. Una ciudad con unas vidas sin misterio envueltas en una arquitectura que los contiene todos.

Retrato de la condición humana (como suele ocurrir, superada la realidad cotidiana de nuestro día a día), Crimen en Compostela discurre, como la propia ciudad, entre retazos: de géneros, desde la exhaustiva narración de viajes (y lo que allí se encontró), hasta la historia, pasando por ese género negro que le da sustento, que la alimenta, desde el costumbrismo (como descripción de costumbres, casi de ritos) hasta lo canalla. Hay espacio para todo en un microcosmos tan pequeño. Y Carlos G. Reigosa logra mantener todo en un extraño pero firme equilibro. Como si hubiera aprendido algo. De las piedras.


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