Fin de fiestas, de J.S. de Montfort (Suburbano) | por Juan Jiménez García

Fin de fiestas | J.S. de Montfort

Había una película francesa que se llamaba algo así como la gente normal no tiene nada de excepcional. Gran verdad a menudo olvidada. También por la literatura. O fundamentalmente por la literatura, que parece el arte de contar historias insólitas. Podríamos preguntarnos si vale la pena escribir sobre gente sin historia, si se merecen perdurar, pasar a una dudosa posteridad de papel. Igual empieza preguntándose uno eso y se acaba pegando un tiro. Era Fernando Arrabal quien decía que uno escribe porque no vive, y que si fuera un aventurero pues no escribiría. Y era Arthur Rimbaud quien pedía precisamente una vida de aventuras. Y la tuvo. Aunque sus aventuras tuvieran más que ver con el dinero que con otra cosa. En fin. ¿Qué quiero decir con todo esto? Pues que Fin de fiestas, este conjunto de relatos con un aire de novela escritos por J.S. de Montfort, nos cuenta la vida de gentes normales a las que no les pasa nada extraordinario. Que lo más extraordinario que les pasó tampoco era gran cosa (formar un grupo, la Tremenda Crew United), pero que como su futuro no les deparó grandes maravillas, se conforman con recordar esto. Pero poco. Ligeramente, como para sentir que en algún momento fueron algo. Algo ridículo, pero algo.

En el libro pasan las estaciones: otoño/invierno, primavera/verano, de nuevo invierno. Relato a relato vamos conociendo a aquel grupo de amigos. Sus historias no tienen nada de especial. Son simplemente momentos de vida. El gran logro de J.S. de Montfort es hacernos creer que viven una vida en tensión, que les va a ocurrir algo excepcional. ¡Finalmente! Pero no, nunca llegan a ningún sitio. La vida sigue. Ellos siguen. Lo que les rodea sigue. Y de nuevo, no ha pasado nada. Nada cambiará. Como en nuestra propias vidas, esperamos. Ahora sí. Ahora va a pasar algo grande. No. No es así.

La vida gira alrededor de algún hecho extraordinario. La desaparición de aquella chica, Mari Nieves, por ejemplo. Aquella chica que trabajaba en el Sanatorio, y a la que, pasados los años, alguien cree ver. O esa falla que arde antes de tiempo, quién sabe si a manos de ese amante de la pólvora que es uno de ellos. Poca cosa. Pero cuando no hay nada o lo mismo de siempre, cualquier hecho tiene algo de épico. Una fenwick que vuelca, por ejemplo. ¿Y entonces? Entonces nada. Que ha volcado.

Quién sabe si compartir los mismos espacios por los que se mueven estos amigos, haber pasado los veranos o los inviernos en Benicàssim, conocer el Voramar o el sanatorio, estar igual de cerca de los sitios, nos los hace aún más cercanos, hasta confundirse con nosotros. Unos nosotros que después de todo comparten ese sentimiento que en palabras de Yasujiro Ozu sería algo así como ¿dónde están nuestros sueños de juventud? (esa pregunta a la que todos llegamos, año arriba, año abajo) Lo cierto es que es difícil no estar interesado en la vida de estos personajes anodinos, en tránsito entre en un pasado nada glorioso y un futuro que se antoja previsible y poco brillante. Es como si, como ellos, siempre esperáramos algo. Y sí, podemos pensar que vivir no es poca cosa. Visto de esta manera…

J.S. de Monfort a través de una prosa cristalina, bella y triste, construye en Fin de fiestas  el retrato de una generación sin historia. O como diría Céline, sin música, sin nadie, sin nada.


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