Siempre lecturas no obligatorias, de Wisława Szymborska (Alfabia) | por Juan Jiménez García

Siempre lecturas no obligatorias | Wisława Szymborska

Hay que reconocer que tras leer Siempre lecturas no obligatorias, tercera entrega de la prosa de la escritora polaca Wisława Szymborska, uno se siente un poco abrumado por la idea de  tener que escribir su reseña. ¡Una reseña de un libro de reseñas! Es más, una reseña de un maravilloso libro de reseñas (suspiro).

Szymborska lo hubiera hecho fácil: se  hubiera puesto a hablar de cualquier cosa. Quizás de crítica literaria (y le saldría una cosa muy irónica). De lo que veía por su ventana o de vete a saber qué. Como la edición de Alfabia es impecable, al menos no se hubiera dedicado a disparar sobre el traductor o el editor, cosa a la que también era aficionada, con una sinceridad que uno echa de menos en alguna que otra ocasión. Echa de menos, envidia. Y es que para poder hablar seriamente de aquello que leemos, no podemos desembarazarnos de la vida ni de nuestro humor. Y como la crítica objetiva, después de todo, es un invento para abuelitos con un penetrante olor a naftalina, solo podemos emocionarnos ante la lectura de esta mujer, de la que se conoce su poesía, aunque solo sea porque le dieron el premio de marras (tristemente). Porque tal vez escribir sobre libros, como escribir sobre cualquier cosa, es escribir sobre uno mismo. Porque no existe escritura sin lector, y porque un mismo libro no es igual para nadie. Por eso, la primera lección de esta mujer es que no se puede escribir sobre libros. Tan solo sobre aquello que nos sugieren.

Hay que decir que Szymborska (finalmente aprendí a escribir su nombre) escribe sobre libros como escribe su poesía. Si pensaba que el gran mal de la poesía adolescente era la acumulación de metáforas, debía pensar que para hablar de algo que se ha leído no es necesario grandes complejidades. Simplemente tener la capacidad de hacerlo. Una cierta convicción. Así, aunque el libro está repleto de títulos polacos que jamás leímos ni leeremos, o de otros extraños por su tema (mariposas, bioacústica, profecías, etcétera), no importa en absoluto. Sigue siendo absolutamente delicioso (esa es la palabra), cada página se devora golosamente como un manjar de escritura, ironía, precisión de las palabras, belleza de los gestos.

Wisława Szymborska, hay que decirlo, no siempre fue esa viejecita simpática con la que tomaríamos tranquilamente un café hablando de cualquier cosa. Pero, sin embargo, esa es, sean los años que sean, la sensación que transmite, imposible de imaginarla de otra manera. Miraría por la ventana y, al modo de Georges Perec, sería capaz de describirnos todos los lugares a los que alcanza su vista de una manera en la que todo sería en cierto modo bello, excepto las cosas un poco ridículas, sobre las que ella vertería, como si hubiera derramado por descuido su taza, su ironía. Con esa mirada divertida, sería imposible enfadarnos con ella ni aunque nos reprochase las cosas más terribles. La imaginamos en los cócteles literarios, con un copón de coñac en la mano, sonriente bajo las miradas asesinas de aquellos a los que destrozó sus libros tan pulcramente que es imposible guardarle rencor.

Puede que aquellas obras sobre los que escribía no fuera obligatorio leerlas, pero (vamos a hacer un juego de palabras muy fácil) es absolutamente imprescindible leer sus reseñas. ¡No abstenerse críticos literarios! Por un momento, dudarán de todo (qué imagen más sugerente). Y luego, bueno, luego harán lo que les dé la gana.


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