La estratagema, de Léa Cohen (Asteroide) | por Óscar Brox

ELibrosntre los últimos lanzamientos literarios editados por Libros del Asteroide se han sucedido, con apenas unos números de distancia, las obras de dos escritores búlgaros: Nikolai Grozni y Léa Cohen. Cada uno, a su manera, puede permitir al lector construir una secuencia temporal alrededor de la evolución de la Bulgaria comunista, desde los primeros episodios tras la 2ª Guerra Mundial -punto de arranque de La estratagema– hasta la decadencia que cedería ante la caída del muro de Berlín -punto final de Jóvenes talentos. Allí donde Grozni narra, casi en primera persona, una autobiografía emocional, Cohen teje un relato de espionaje donde la ficción describe la crónica de los sentimientos de varias generaciones expropiados por el Poder. Frente a la pasión desbocada de Grozni, escrita desde el impulso, el relato paciente de Cohen, plasmado desde la reflexión.

Tras las primeras páginas de La estratagema hallamos un sentimiento de pérdida, el de la clase acomodada búlgara que sufre el desmantelamiento sistemático ejecutado por los aparatos gubernamentales; un sentimiento de abandono, el de tres niñas cuyas familias serán golpeadas hasta su destrucción; y un sentimiento de supervivencia, el de un muchacho que observa cómo su identidad, su pasado, se desvanecen para poder continuar en el escenario que le ha tocado vivir. El denominador común de todos ellos podría ser un extraño vínculo de amistad. Eva, Lora y Lisa son las únicas descendientes de un grupo de amigos que, ante el implacable Telón de acero, deciden salvaguardar su presente (y su futuro) a través de un consorcio con base en el extranjero. Pero tras esa anécdota propia de un McGuffin cinematográfico hay un objetivo mayor: conservar una memoria, unos lazos humanos exterminados, el recuerdo de una resistencia perecida a manos del régimen comunista.

A partir de diferentes episodios centrados en cada uno de los personajes, Cohen reconstruye la educación sentimental de sus protagonistas, donde tarde o temprano tendrán que lidiar con la sensación de que cualquier cosa que intenten expresar -emocional, física o intelectualmente- estará marcada por una barrera invisible que reprimirá su fuerza. Así, en algunos tramos de la novela se hace palpable ese terror primario que nos expone a ser observados, fiscalizados, en cualquier momento de nuestra rutina diaria. La amistad, sí, también el amor. La estratagema es una novela donde no existe la felicidad o, mejor dicho, la experiencia de la felicidad durante la juventud. Alguien la ha extraviado, hecho desaparecer como en un truco de magia, y los personajes envejecen sin poder vivir, quizá ni entender, esas emociones fundamentales. Cualquiera diría que son muertos vivientes, porque no tienen la posibilidad de disfrutar de los aspectos más elementales de la vida. Mientras las tres protagonistas repasan las crónicas de sus vidas, una figura borrosa sobrevuela el relato: un hombre, un amor fugaz, una presencia ausente; un tal Víctor.

La prosa sencilla de Cohen nos explica con todo lujo de detalles cómo las tres niñas enfrentan, respectivamente, la pérdida paterna, el exilio o la soledad adolescente. Sin embargo, esa figura masculina que aparece intermitentemente en el libro nunca termina de definirse, como un hombre sin atributos. Víctor, tal vez, es el personaje más triste de la historia, porque a diferencia de las tres niñas él ha vivido ese horror y ha elegido volver. Mientras las familias se descomponen, eclipsadas por las reformas sociales, Víctor toma la decisión de continuar adelante -que es lo mismo que caer en un pozo sin fondo-, dejando tras de sí la huella (las esquirlas) de un pasado en ruinas. En La estratagema continuar adelante significa conspirar, ser un cuervo, falsificar las emociones y perder, lentamente, un poco de esa identidad propia diluida por los mecanismos de control. En otras palabras, Víctor es el paradigma de la imposibilidad, en tiempos de la política con mano dura, de vivir, sentir, experimentar una alegría que se marchitará mientras los cuerpos envejecen.

En Jóvenes talentos, Nikolai Grozni narraba la ansiedad de una adolescencia obstinada en percibir aquellos matices excluidos de la imagen general. La música y el sexo, casi dos caras de la misma moneda, contraatacaban a la moral congelada en esa Bulgaria de comunismo rancio y naturaleza muerta. Para llegar a ese momento de insobornable libertad conviene leer La estratagema o, lo que es lo mismo, el relato de la generación anterior que tuvo que soportar el vacío emocional y buscar las emociones básicas como si se tratasen del tesoro más preciado, de un botín de valor incalculable. Quizá Cohen, a diferencia de Grozni, no sepa cómo inyectar pasión a los acontecimientos narrados. Quizá Cohen, a diferencia de Grozni, busque con su novela restituir el lugar tras esa enorme brecha en la que se perdieron las emociones.

Hay que valorar los méritos de La estratagema en su perspicaz forma de reflejar esa glaciación emocional que fulmina las vidas de sus personajes. Marcados por esa tristeza propia de su ADN ven cómo pasan los años, cómo envejecen tras sus vidas grises, mientras la sociedad cambia y la resistencia larvada durante décadas puede cambiar el signo de un país. La amistad, decíamos, esa que ata cabos, une destinos y aclara sucesos pasados. La amistad, tal vez, es la herida que quema desde dentro, que mata lentamente, a Víctor; la que le recuerda todo aquello que ha perdido en el fuego, lo que ha falsificado para poder continuar adelante mientras las vidas de sus mujeres -los objetivos a los que observaba para el gobierno- se recomponían de sus fracturas. La amistad, en fin, que le fue negada a una generación y que no todos podrán disfrutar. Un país se descongela mientras los satélites del viejo régimen comienzan a detenerse. Víctor, esa esquirla del pasado que acabó envilecido por querer sobrevivir, encontrará en la amistad el recuerdo de esa herida traumática que le ha perseguido desde siempre: la glaciación emocional, las experiencias que nunca fueron auténticas, lo que no se ha podido vivir, lo que no tiene significado.

Aunque su estructura de relato de intriga pueda inducir a lo contrario, no hay que engañarse con La estratagema. Bajo su aparente convencionalismo late todo un mundo de represión, de tristeza infinita ante una vida perdida que nos es devuelta cuando alcanzamos la vejez. En otras palabras, el llanto de una generación robada. Por eso resulta tanta interesante construir una secuencia temporal entre esta novela y la obra de Nikolai Grozni; es ahí donde percibimos que la una no podría existir sin la otra. Sin esa generación robada, cuya amistad acaba siendo el patrimonio humano más importante, no podría existir la pasión, la actitud rabiosa de la siguiente. He ahí la reflexión desde el dolor que acumula el paso del tiempo.


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